No nací en
Casavieja, pero tengo ligado a este
pueblo muchos recuerdos infantiles y de mi adolescencia. El chorro de
San Bartolomé ha cambiado a lo largo de los años, pero yo sigo viendo aquella
fuente con sus dos
caños y los dos
pilones donde mi tío enfriaba la herraduras antes de ponérselas a las caballerías. Este año pasé por la
fragua, hoy convertida en local de una peña, y sentí una especie de profanación de mi
rincón infantil. Un sentimiento difícil de entender cuando no hay emociones ligadas
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