Se guarda en la sala del Tesoro de la
Catedral de
Toledo. La custodia de Arfe no es más que el edículo idóneo para realzar la custoria interior, también
gótica, de dos pies de alta, de oro purísimo, con abundantes esmaltes y pedrería. Había mandado Isabel la Católica hacer una custodia con el primer oro que trajera Cristóbal Colón de América; confió el encargo, según parece, al artífice barcelonés Almarique, que empleó en su obra 17 kilos del rico metal. Al morir Isabel, el canónigo toledano Alvez Pérez de Montemayor, por orden de Cisneros, compró esta custodia de la testamentaría regia en un «ciento treinta y cuatro mil ochocientos dieciséis maravedises». El canónigo López de Ayala sustituyó más tarde, su viril por otro que labró Pero Hernández. La invasión francesa puso en peligro tan preciado tesoro, y el Cardenal Borbón lo salvó de la rapacidad de los soldados de Napoleón llevándoselo consigo a
Cádiz, donde permaneció hasta el fin de la guerra de la Independencia.
A Cisneros le pareció poco la custodia de la Reina Isabel. Quería otra custodia más suntuosa para alojar la Hostia
Santa en las
procesiones del
Corpus, y ordenó al Canónigo López de Ayala que encargase proyectos o «trazas», como se decía entonces, a Diego Copín de Holanda, Juan de Borgoña y Enrique de Arfe. Meses después, el mismo Cisneros aprobaba el modelo que presentó Arfe, tallado en madera; por él percibió 2.767 reales. concebido bajo la inspiración del gran Cardenal. Siete años tardó en hacerla, y tan satisfecho quedó el Cabildo toledano de la obra de Arfe que en la
Navidad del año 1523 le entregó un aguinaldo de 2.500 maravedises «para que se comprase treinta pares de gallinas». Quince millones de maravedises hubo de pagar la Catedral por tan maravillosa joya. El lector se dará idea de lo que representaba entonces esta suma si añadimos que por 2.000 maravedises se compraba entonces una
vaca; 7.500 hubieran podido comprarse con lo que valió la custodia.
La custodia presenta en su conjunto el aspecto de una maravillosa
torre gótica de líneas vibrantes, cuajada de agujas, pináculos y pequeñas estatuillas bajo doseletes. Se invirtieron en su construcción }8 kilos de oro y 183 de plata; mide dos metros y medio de altura; se compone de 5.600 piezas y 12.500 tornillos; ostenta 260 estatuillas; pesa 17 arrobas y una libra. Sobre su base, exagonal, se levantan los robustos pilares, se cierran las pequeñas
bóvedas, se traza la crucería, se afirman los arbotantes, se bordan los repujados, se engarza todo con tal maestría y delicadeza que admira tanto el conjunto como el detalle, la solidez de la ejecución como la delicada expresión artística. Magnífica réplica de ella es la talla en madera que se ostenta en el centro del
retablo de la
Capilla Mayor de la Catedral, pieza realmente singular y de inestimable valor.
La planta exagonal de la custodia se asienta sobre una base de doce frentes, no dorada para que en ella resalten los
escudos de armas allí tallados. Son, además del de la Catedral, el del Cardenal Cisneros, que la mandó hacer; el de don Diego López de Ayala, entonces Canónigo Obrero; el del Cardenal Quiroga, que la mandó dorar; el del Cardenal Alberto de
Austria y el del Canónigo Obrero don Francisco Monsalve, que la vieron terminada en 1595. Los lados de la base tienen inscripciones grabadas, alusivas a las mejoras y reformas impulsadas por cada uno de los cuatro arzobispos. La que se lee a la espalda está escrita en latín, como todas las demás, y se refiere a Cisneros. Dice así: «Don Francisco Jiménez, Cardenal Arzobispo de Toledo, Gobernador de
España y conquistador de Africa, mandó hacer esta custodia del Santísimo Cuerpo de
Cristo, la cual se concluyó en sede vacante, siendo Obrero Diego López de Ayala. Año del Señor 1524.»
A mediados del siglo XVIII, el hijo mayor de Felipe V, Luis de Borbón, entonces Arzobispo de Toledo, mandó construir la peana. No había de desmerecer de tan armónico conjunto y mandó revestirla de plata. Lo hizo el toledano Manuel
Bargas, acomodando su obra al dibujo de Narciso Tomé. Cuatro forzudos angelotes, en corro, de plata y bronce dorado, sostienen la plataforma en que descansa la custodia. Acusa el discutible gusto
artístico de la época, pero contribuye eficazmente a realzar la maravillosa joya de Arfe. Otras labores de relieve aparecen en sus costados; en el centro destaca el
blasón de la Catedral. Unas cenefas de forma caprichosa cubren los frentes del robusto tablón en que la custodia descansa. Sobre la peana se ostenta la joya en la Sala del Tesoro de la Catedral; sobre ella figuró también en el Congreso Eucarístico Internacional de
Barcelona y en la
exposición de Carlos V celebrada en el
Hospital de la Santa
Cruz, de Toledo.