El lugar de Otero es apacible y silencioso, anclado en un secular y mudo olvido que le confiere su impronta de pueblo castellano. Sus calles vacías, sus mayores que juegan al mus en las largas tardes de invierno en los bares, las fachadas de algunas casas ya caídas que confunden sus cimientos con los nuevos chalés construidos, sus fiestas de verano de baile y charanga... Todo se entremezcla con el bisbiseo de los rezos y oraciones a sus santos y tradiciones.
No existe aquí, a primera vista, la ... (ver texto completo)
No existe aquí, a primera vista, la ... (ver texto completo)