RUSIA Y PEDRO I EL GRANDE 2º
Carlos XII fue el Aníbal sueco. Fue un estratega genial, estuvo a punto de restablecer el dominio vikingo sobre Rusia, pero logró lo contrario de lo que se proponía: enterró a la gran potencia sueca y ayudé a nacer a Rusia.
LAS REFORMAS DE PEDRO I EL GRANDE
La modernización de Rusia llevada a cabo por Pedro es tan despótica como la posterior sovietización del país por parte de Lenin y Stalin. Lo primero que tenían que hacer los rusos era cortarse la barba. Quien no lo hacía debía pagar un impuesto. En segundo lugar, la vestimenta tradicional debía desaparecer. El zar vacié las casas de acogida de mujeres, recorté el poder de la Iglesia ortodoxa, prohibió ordenar sacerdotes a los místicos y a los fanáticos e introdujo la tolerancia religiosa. Sustituyó la nobleza de sangre por una especie de nobleza basada en el mérito y dividida en rangos que dependían de la relevancia de los servicios prestados al Estado.
El gobierno estaba compuesto por un senado y distintos ministerios. Los gobernadores provinciales debían responder ante el senado. En las ciudades había tres clases sociales: ricos comerciantes y gente con carrera, maestros y artesanos, trabajadores y empleados.
La comunidad rural (mir) continuó siendo una corporación colectiva y la servidumbre permaneció intacta. Al mismo tiempo, el zar desarrollé una activa política industrial y fomenté la minería, la artesanía y el sector textil. Corno sucedería después en la colectivización soviética, los campesinos fueron forzados a trabajar en la industria, lo que dio lugar a una especie de esclavitud industrial. Finalizada la guerra contra Suecia, el zar introdujo en el país el libre comercio. Implanté el calendario juliano (protestante), impuso la escritura cirílica (la Iglesia seguía usando la escritura eslava), hizo imprimir periódicos, fundó bibliotecas y copió el «gimnasio» alemán (los centros de educación secundaria). Importó actores de Alemania, arquitectos de Italia y científicos de todos los países europeos. Pero, sobre todo, desplazó Rusia hacia el Báltico, donde levantó la nueva capital imperial: San Petersburgo.
Así como las grandes obras soviéticas posteriores se realizaron con los trabajos forzados de los presos de los gulags o campos de concentración rusos y de los prisioneros de guerra, San Petersburgo fue levantada con el trabajo de los esclavos rusos y de los prisioneros de guerra suecos. En el delta del Neva se asentaron más de ciento veinte mil personas.
Pese a estar construida sobre terrenos cenagosos, San Petersburgo se expandió rápidamente; Pedro mandó construir un sistema de canales que drenaban las aguas de la tierra e hicieron que la ciudad pasara a ser conocida como la «Venecia del Norte».
También reclutó a gran número de campesinos para que trabajaran en los suntuosos proyectos de construcción diseñados por equipos de arquitectos e ingenieros europeos. Para asegurarse de que la obra en San Petersburgo se concluyera sin demora, Pedro prohibió construir edificios de piedra fuera de la ciudad y todos los mamposteros fueron llamados a trabajar en la capital. En 1 714, Pedro ordenó edificar un palacio de verano y posteriormente uno de invierno junto al río Neva.
Dada la ubicación estratégica de la ciudad junto al puerto, gran parte de ella quedó ocupada por edificios dedicados a la construcción naval y la Armada, el principal de ellos el complejo del Almirantazgo. En el año 1725, fecha de la muerte de Pedro, un 90 por ciento del comercio de Rusia pasaba ya por San Petersburgo. A la muerte del emperador, la construcción en la ciudad prosiguió y se levantaron diversas iglesias y palacios barrocos.
Pedro el Grande murió a la edad de cincuenta y dos años odiado por todos. Fue una figura similar a Enrique VIII de Inglaterra o Lenin: extremadamente cruel, resuelto, poseído por un ideal, inusitadamente vital, obstinado, capacitado y desconsiderado. Modernizó a su país por la fuerza. De este modo sirvió de ejemplo a sus sucesores Lenin y Stalin, pero también a Gorbachov. Desde entonces Rusia oscila entre el eslavismo y la occidentalización.
ANÁLISIS DE LAS REFORMAS DE PEDRO I: Pese a lo superficiales que fueron las reformas de Pedro Grande, consiguieron librar a Rusia de su aislamiento. Las clases dirigentes se volvieron en lo sucesivo hacia Europa en lugar de orientarse hacia la mentalidad asiática y adoptaron las formas de vida y la cultura europeas, decidiendo de este modo su futuro.
Se ha dicho que Pedro I falseó la evolución de su pueblo al imponen) la cultura occidental como una especie de camisa de fuerza; otros, en cambio, consideran a Pedro el Grande como fruto de un necesidad histórica, proporcionando a su pueblo las reforma adecuadas a sus más hondas exigencias. La antigua Rusia había agotado sus energías, su misión estaba cumplida, había desempeñado su papel histórico y podía ya desaparecer, para dejar paso a la nueva Rusia que debía surgir.
Como dice el filósofo soviético Soloviev, “el pueblo ruso estaba dispuesto a ponerse en marcha sólo esperaba un jefe. La contribución personal de Pedro a esta evolución pudo llevarse a cabo gracias a su extraordinaria fuerza de voluntad. Pero esta misma energía no permitió en ningún momento al desgraciado pueblo ruso recuperar alientos, y sentar las bases de aquella prosperidad material sobre la cual debe asentarse necesariamente la cultura.
Los primeros Romanov habían oprimido también al pueblo ruso con elevados impuestos, pero a los mujiks jamás se les ocurrió el hacer responsable de ello a aquel zar que les resultaba tan lejano, inaccesible, rodeado de un halo de misterio y que dominaba a su pueblo como el cielo domina a la tierra, un soberano que nunca aparecía en público.
Todos los males que gravitaban sobre el pueblo eran atribuidos a los boyardos y a los funcionarios; desde Pedro el Grande, el zar de todas las Rusias se había despojado de su aureola, y parecía haber descendido del trono poco menos que celeste en que sus predecesores se asentaban con intocable majestad; el zar Pedro vivía y trabajaba en medio de su pueblo, como un simple mortal; no se mostraba vestido de púrpura y con la corona ciñendo sus si enes, sino manejando cualquier, herramienta y con la pipa en los labios. Destruyendo de ésta manera su mito personal, Pedro se exponía al descontento del pueblo. “Nunca hasta ahora —se lamentaban los rusos— la vida ha sido tan dura. ¡Ojalá muera el zar!”
Carlos XII fue el Aníbal sueco. Fue un estratega genial, estuvo a punto de restablecer el dominio vikingo sobre Rusia, pero logró lo contrario de lo que se proponía: enterró a la gran potencia sueca y ayudé a nacer a Rusia.
LAS REFORMAS DE PEDRO I EL GRANDE
La modernización de Rusia llevada a cabo por Pedro es tan despótica como la posterior sovietización del país por parte de Lenin y Stalin. Lo primero que tenían que hacer los rusos era cortarse la barba. Quien no lo hacía debía pagar un impuesto. En segundo lugar, la vestimenta tradicional debía desaparecer. El zar vacié las casas de acogida de mujeres, recorté el poder de la Iglesia ortodoxa, prohibió ordenar sacerdotes a los místicos y a los fanáticos e introdujo la tolerancia religiosa. Sustituyó la nobleza de sangre por una especie de nobleza basada en el mérito y dividida en rangos que dependían de la relevancia de los servicios prestados al Estado.
El gobierno estaba compuesto por un senado y distintos ministerios. Los gobernadores provinciales debían responder ante el senado. En las ciudades había tres clases sociales: ricos comerciantes y gente con carrera, maestros y artesanos, trabajadores y empleados.
La comunidad rural (mir) continuó siendo una corporación colectiva y la servidumbre permaneció intacta. Al mismo tiempo, el zar desarrollé una activa política industrial y fomenté la minería, la artesanía y el sector textil. Corno sucedería después en la colectivización soviética, los campesinos fueron forzados a trabajar en la industria, lo que dio lugar a una especie de esclavitud industrial. Finalizada la guerra contra Suecia, el zar introdujo en el país el libre comercio. Implanté el calendario juliano (protestante), impuso la escritura cirílica (la Iglesia seguía usando la escritura eslava), hizo imprimir periódicos, fundó bibliotecas y copió el «gimnasio» alemán (los centros de educación secundaria). Importó actores de Alemania, arquitectos de Italia y científicos de todos los países europeos. Pero, sobre todo, desplazó Rusia hacia el Báltico, donde levantó la nueva capital imperial: San Petersburgo.
Así como las grandes obras soviéticas posteriores se realizaron con los trabajos forzados de los presos de los gulags o campos de concentración rusos y de los prisioneros de guerra, San Petersburgo fue levantada con el trabajo de los esclavos rusos y de los prisioneros de guerra suecos. En el delta del Neva se asentaron más de ciento veinte mil personas.
Pese a estar construida sobre terrenos cenagosos, San Petersburgo se expandió rápidamente; Pedro mandó construir un sistema de canales que drenaban las aguas de la tierra e hicieron que la ciudad pasara a ser conocida como la «Venecia del Norte».
También reclutó a gran número de campesinos para que trabajaran en los suntuosos proyectos de construcción diseñados por equipos de arquitectos e ingenieros europeos. Para asegurarse de que la obra en San Petersburgo se concluyera sin demora, Pedro prohibió construir edificios de piedra fuera de la ciudad y todos los mamposteros fueron llamados a trabajar en la capital. En 1 714, Pedro ordenó edificar un palacio de verano y posteriormente uno de invierno junto al río Neva.
Dada la ubicación estratégica de la ciudad junto al puerto, gran parte de ella quedó ocupada por edificios dedicados a la construcción naval y la Armada, el principal de ellos el complejo del Almirantazgo. En el año 1725, fecha de la muerte de Pedro, un 90 por ciento del comercio de Rusia pasaba ya por San Petersburgo. A la muerte del emperador, la construcción en la ciudad prosiguió y se levantaron diversas iglesias y palacios barrocos.
Pedro el Grande murió a la edad de cincuenta y dos años odiado por todos. Fue una figura similar a Enrique VIII de Inglaterra o Lenin: extremadamente cruel, resuelto, poseído por un ideal, inusitadamente vital, obstinado, capacitado y desconsiderado. Modernizó a su país por la fuerza. De este modo sirvió de ejemplo a sus sucesores Lenin y Stalin, pero también a Gorbachov. Desde entonces Rusia oscila entre el eslavismo y la occidentalización.
ANÁLISIS DE LAS REFORMAS DE PEDRO I: Pese a lo superficiales que fueron las reformas de Pedro Grande, consiguieron librar a Rusia de su aislamiento. Las clases dirigentes se volvieron en lo sucesivo hacia Europa en lugar de orientarse hacia la mentalidad asiática y adoptaron las formas de vida y la cultura europeas, decidiendo de este modo su futuro.
Se ha dicho que Pedro I falseó la evolución de su pueblo al imponen) la cultura occidental como una especie de camisa de fuerza; otros, en cambio, consideran a Pedro el Grande como fruto de un necesidad histórica, proporcionando a su pueblo las reforma adecuadas a sus más hondas exigencias. La antigua Rusia había agotado sus energías, su misión estaba cumplida, había desempeñado su papel histórico y podía ya desaparecer, para dejar paso a la nueva Rusia que debía surgir.
Como dice el filósofo soviético Soloviev, “el pueblo ruso estaba dispuesto a ponerse en marcha sólo esperaba un jefe. La contribución personal de Pedro a esta evolución pudo llevarse a cabo gracias a su extraordinaria fuerza de voluntad. Pero esta misma energía no permitió en ningún momento al desgraciado pueblo ruso recuperar alientos, y sentar las bases de aquella prosperidad material sobre la cual debe asentarse necesariamente la cultura.
Los primeros Romanov habían oprimido también al pueblo ruso con elevados impuestos, pero a los mujiks jamás se les ocurrió el hacer responsable de ello a aquel zar que les resultaba tan lejano, inaccesible, rodeado de un halo de misterio y que dominaba a su pueblo como el cielo domina a la tierra, un soberano que nunca aparecía en público.
Todos los males que gravitaban sobre el pueblo eran atribuidos a los boyardos y a los funcionarios; desde Pedro el Grande, el zar de todas las Rusias se había despojado de su aureola, y parecía haber descendido del trono poco menos que celeste en que sus predecesores se asentaban con intocable majestad; el zar Pedro vivía y trabajaba en medio de su pueblo, como un simple mortal; no se mostraba vestido de púrpura y con la corona ciñendo sus si enes, sino manejando cualquier, herramienta y con la pipa en los labios. Destruyendo de ésta manera su mito personal, Pedro se exponía al descontento del pueblo. “Nunca hasta ahora —se lamentaban los rusos— la vida ha sido tan dura. ¡Ojalá muera el zar!”