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ALBARES: JUANA DE ARCO 1º...

JUANA DE ARCO

Cuando todo hacía prever la total caída del territorio francés en manos de los ingleses, surgió una figura extraordinaria: Juana de Arco.

Había nacido el 6 de enero de 1412 en Domrémy-les-Greux, lugar situado en el límite de la Campaña y la Lorena. Era la tercera hija de un matrimonio de labradores acomodados. Hacia los trece años de edad comenzó a tener visiones deslumbradoras, en las que oía voces divinas que le aconsejaban fuese buena y piadosa, puesto que era la elegida para "salvar a Francia y hacer consagrar al Delfín" (Carlos VII).

Juana tenía trece años, cuando oyó una VOZ que le decía "Sé buena y prudente y ve a menudo a la iglesia." Después tuvo varias visiones vió, en medio de un gran resplandor, primero al arcángel San Miguel; más tarde a Santa Margarita y a Santa Catalina. El arcángel le habló « de la gran piedad que había en el reino de Francia »y le dió orden de ir a Francia. Las visiones fueron cada vez más frecuentes y las órdenes cada vez más apremiantes. En la época en que Orleáns estaba sitiado, el arcángel y las Santas le ordenaron marchar.

El 10 de mayo de 1428 presentóse al señor de Baudricourt, capitán de las fuerzas que guarnecían Vaucouleurs, quien no hizo el menor caso de las palabras de Juana, considerándolas fruto de "folies de fillette" (locuras de chiquilla). Por segunda vez Juana compareció ante Baudricourt diciéndole: -"Mi Señor, a quien pertenece el reino de Francia, me ha ordenado que llegue hasta el Delfín para que lo haga consagrar y ser rey, a despecho de sus enemigos."

Después de muchas vicisitudes pudo comparecer ante el delfín Carlos VII. Se la introdujo de noche en un gran salón iluminado con antorchas y en el que se hallaban congregadas multitud de personas. Entre ellas y ataviado con la mayor sencillez se hallaba el incrédulo Carlos VII. Juana, que jamás había visto al Delfín, se adentró entre los grupos de caballeros y doblando la rodilla ante el príncipe exclamó:
-"Dios os dé buena vida, gentil Delfín. En nombre de Dios os pido me deis gente armada y obligaré a los ingleses a levantar el sitio de Orleans y os llevaré a coronar en Reims, pues es voluntad divina que los ingleses se vayan a su país y que vos seáis rey de Francia."

Las palabras de Juana de Arco se cumplieron. En once días obligó a levantar el sitio de Orleans. La noticia despertó en toda Francia oleadas de entusiasmo y en señal de júbilo fueron encendidas hogueras en las cumbres de las montañas.

Inmediatamente de levantado el sitio de Orleáns, Juana quiso conducir a Carlos (imagen izquierda) a Reims para hacerlo consagrar. Carlos, mal aconsejado, vaciló casi dos meses, y solamente cuando Juana obtuvo la brillante victoria de Patay el 18 de junio contra Talbot, uno de los más célebres jefes ingleses, fué cuando se decidió a hacer el viaje. Aunque el país entre el Loira y Reims, estaba en manos de los borgoñones, después de haber tomado a Troyes al paso, Carlos entraba el 16 de julio en Reims, y el domingo 17 de julio era consagrado en la iglesia catedral. Ya sabemos cuán grande era la importancia política y religiosa de esa ceremonia. En adelante, Carlos era indiscutiblemente como se lo decía Juana, « verdadero rey a quien debía pertenecer el reino de Francia. »

Después, las victorias se sucedieron sin interrupción: en Patay fue derrotado un cuerpo de ejército inglés, los franceses recuperaron las ciudades de Gien, Auxerre, Troyes, Chalons... Carlos VII fue ungido y coronado rey en la catedral de Reims y durante la ceremonia Juana estaba de pie, cerca del altar, con su estandarte blanco, bordado con lises de oro y en el que campeaban los nombres de Jesús y María.

Hubiera sido necesario marchar inmediatamente sobre Paris y aprovechar el desconcierto que la maravillosa audacia de Juana de Arco habla causado a los ingleses y a sus partidarios; no obstante, a pesar de la opinión de la heroína se retardó la marcha, y el ataque de París no se efectuó sino el 8 de septiembre. Juana fué herida frente a la puerta de San Honorato cuyas fortificaciones avanzadas había tomado ya. A la fuerza, hicieron que se retirara del combate, y, a pesar de sus ruegos, no la permitieron al día siguiente hacer de nuevo una tentativa cuyo buen éxito hubiera sido cierto. Esta fué, otra vez, obra de los favoritos de Carlos VII, que temían la influencia que Juana y sus compañeros de victoria pudieran ejercer sobre el rey, y que estaban celosos de su gloria.