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DESASTRE QUIMICO EN SEVESO (1976) 1º

A medio camino entre Milán y los centros turísticos del lago Como, la
autopista corta a lo largo el pequeño pueblo de Seveso. Es una
arteria notablemente activa que se extiende desde la contaminación de
la ciudad hacia los cielos azules de algunos de los panoramas más
asombrosos del mundo. Durante la temporada pico, decenas de miles de
viajeros llegan cada día.

En una mirada echada al pasar, Seveso parece ser el lugar ideal para
cortar el viaje y detenerse a comer o cargar gasolina o simplemente
para estirar las piernas y explorar. En verdad, el pueblo se hizo
famoso primero por los muebles de excelente calidad producidos en
talleres salpicados entre las pintorescas casas de los amistosos y
prósperos habitantes.

Después de echar una mirada de curiosidad, virtualmente todos los
turistas siguen adelante con un estremecimiento y sin vacilación.
Porque Seveso, una vez orgulloso de su comercio y su turismo, está en
las garras de una pesadilla viviente que tal vez nunca termine... El
10 de julio de 1976, una explosión sacudió la planta química ICMESA
situada fuera del pueblo y vomitó una nube de polvo bilioso al aire,
donde se mantuvo esparciéndose ominosamente sobre las casas y la
tierra laborable. En 24 horas, la vegetación de cara al viento de la
planta empezó a volverse amarilla. Las hojas de las plantas y los
árboles se enrollaron y marchitaron y los animales pequeños,
misteriosamente empezaron a morir. Más alarmante aún fue que los
niños empezaron a desarrollar llagas en brazos y piernas, manchas
rojas y erupciones en la cara y altas temperaturas. El veneno apenas
empezaba a hacer efecto.

Los médicos y funcionarios de ICMESA, propiedad de una gigantesca
compañía farmacéutica suiza, estaban totalmente desconcertados con los
acontecimientos que siguieron a la explosión de un pequeño reactor en
la fábrica que producía herbicidas. Pasaron días antes de que se
dieran cuenta de que la explosión había producido un extraño "coctel"
químico de tetraclorodibenzodioxina más conocido para un mundo
horrorizado como agente naranja. Este agente es el ingrediente activo
del defoliante usado con efecto tan devastador por las fuerzas
estadounidenses en Vietnam.

Pasaron diez días completos antes de que el gobierno regional
declarara el área de Seveso contaminada por dioxina. Y para entonces
ya era demasiado tarde, porque ya había una multitud de niños y adul
tos que estaban en el hospital, con la cara cubierta con máscaras de
gasa para ocultar los terribles desórdenes de la piel que dejarían a
muchos de ellos con cicatrices para toda la vida. Cuando la verdad
salió totalmente a la luz, 11,000 habitantes del pueblo huyeron de sus
casas, abandonando 40,000 animales de granja y masco tas domésticas a
la muerte por los efectos de la nube de veneno. En el espectral
silencio de la que más tarde fue llamada Zona A (el mero corazón de
Seveso) esca samente se movía una cosa viviente.

A unos meses del desastre, que todavía es conocido como el "Hiroshima
de Italia", el número de niños que sufrían cloracné (una erupción
persistente de furúnculos dolorosos en todo el cuerpo causada por
dioxina) había aumentado a 417. Cinco trabajadores de
descontaminación contrajeron una enfermedad del hígado, a pesar de
trabajar sólo jornadas de cuatro horas y de usar ropa protectora. Y,
en medio de temores de nacimientos anormales, por lo menos 400 mujeres
embarazadas de "alto riesgo" fueron sometidas a abortos. Un médico
importante, Paulo Bruzzi, quien hoy en día mantiene un expediente que
sigue creciendo sobre la salud de las víctimas de Seveso, dice: "Si
esos niños hubieran nacido... ¿quién sabe?"

Varias deformidades fueron registradas en bebés na cidos unos meses
después de la explosión de la fábrica ICMESA, pero todo el horror del
número de víctimas nunca se conocerá porque muchos huye ron de ¡pueblo
cuando el peligro de la contaminación fue descubierto. Los intentos
de sacar información a los médicos en toda Italia se han enfrentado al
fracaso. En una entrevista en agosto de 1981 (cinco años después de
que comenzó la pesadilla), el doctor Bruzzi declaró: "Todavía hay un
peligro respecto al cual no podemos decir nada. Se trata del cáncer.
Hemos visto muchos animales muertos aquí... y tengo que decir que si
la dioxina afectase al hombre como afecta a los conejos, Seveso habría
visto en verdad un gran desastre. Sin embargo, el cáncer es algo que
no podemos olvidar por, quizá, 10 años. Debemos seguir observan do a
Seveso con gran cuidado durante mucho más Tiempo. Es prematuro tocar
campanas de victoria. Las únicas campanas que suenan en Seveso deben
ser de alarma para el mundo".

El gobierno italiano ha declarado que la Zona A debe permanecer
cerrada para siempre. Es un cementerio donde los recursos de un
pueblo, una vez prós pero, están sepultados junto con montones de
humus de áreas menos contaminadas (Zonas B y R) y los es combros de
300 casas fueron demolidas de inmediato. Una barda amarilla, de más
de tres metros de altura, con letreros llamativos que advierten "zona
de cuarentena" rodea el corazón mortal de Seveso, al que sólo se puede
entrar con permiso del gobierno por periodos limitados, usando ropa
especial de protección, una regla igualmente estricta. La razón de
esta increíble cautela es sencilla: nadie puede estar seguro de si va
a haber todavía más tragedias.

Pruebas recientes revelaron que los niveles de veneno en la tierra
tomada a un lado del camino en Seveso eran diez veces mayores de lo
que se creía. Las pruebas, llevadas a cabo por un grupo de profesores
de la Universidad de Padua, fueron rechazadas por las autoridades como
"equivocadas" ' Cualesquiera que sean los peligros que todavía
subsisten, una cosa es cierta: los 57 millones de libras pagados en
compensación por la firma farmacéutica dueña de ICMESA, Hoffman La
Roche, nunca van a hacer que Seveso sea totalmente seguro. En una
entrevista, un funcionario del gobierno dijo: "Es cierto que nadie,
hasta donde sabemos, ha muerto como resultado de la nube de veneno.
Pero el hecho es que sabemos muy poco sobre lo que enfrentamos.
Todavía no sabemos si hemos sido bastante afortunados".

Igual de arraigados que los horrores de salud rela cionados con el
desastre de Seveso, son los horrores psicológicos que subsisten.
Comprensiblemente, la tasa de natalidad entre aquellos que se quedaron
o que después regresaron para ser reubicados en "áreas seguras" ha
disminuido mucho. El contratista de cons trucción Ugo Basilico, de 45
años, quien tiene un hijo de 10 años, declara: "Antes de la nube, yo
había pensado que ya era hora de que tuviéramos otro hijo. Pero ahora
¿quién sabe? El médico dice que es mejor esperar. Si tienes un bebé
con un defecto, ahí está para toda la vida".