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ALBARES: LA NUEVA TERCERA EDAD EUROPEA...

LA NUEVA TERCERA EDAD EUROPEA

Las personas mayores ya son un grupo demográfico suficientemente
importante para que sociólogos, políticos y empresarios lo tengan muy
en cuenta.

Nadie lo duda: el aumento de la longevidad ha sido una de las mejores
noticias del siglo XX. Pero, en los países desarrollados, esta
agradable nueva lleva consigo un efecto indeseado: junto con el
aumento de la esperanza de vida se experimenta un creciente descenso
de la natalidad. Como consecuencia de eso, la sociedad envejece. En el
año 1950 en el mundo había 200 millones de personas mayores de 60
años. En 1970 se alcanzó la cifra de 307 millones yen 2000 se
superaron los 580 millones. El número de miembros de la llamada
“tercera edad” aumenta veinte puntos porcentuales más que el
crecimiento de la población. Nos encontramos, así, en la generación de
la historia con mayor proporción de personas mayores. ¿Es también la
que más respeto les concede?

Un enredo burocrático

Lamentablemente, todo parece indicar que no. Según el especialista en
bioética español José García Férez, “la pérdida de importancia y
relevancia social de los mayores ha propiciado lo que en la actualidad
se denomina técnicamente etaísmo”. Se trata de un conjunto de valores
o actitudes que vienen a marginar en todos los órdenes de la vida al
anciano y a producir un deterioro de la estima social. El culto a la
juventud, a la velocidad, la actualidad, el descrédito de la

madurez, la pérdida de valores tradicionales, los cambios de hábitos
culturales, la desintegración de la familia, la obsesión por la salud
y la forma física... son fenómenos que, directa o indirectamente,
vienen a relegar la función de los ancianos a un segundo término. Es
por eso por lo que García Pérez reclama que se constituya una “ética
gerontológica adaptada al momento presente”.

Cuando vivimos en la flor de nuestra juventud o disfrutamos de las
mieles de una adultez serena y madura no reparamos en la cantidad de
problemas técnicos, administrativos y sociales a los que se enfrenta
una persona mayor. El ingreso voluntario o involuntario en una
residencia geriátrica, la realización de un testamento vital, la
organización de las directrices anticipadas sobre el patrimonio o la
familia, la designación de un tutor legal en caso de incapacidad, la
subrogación de decisiones, la pérdida de la intimidad, la exclusión
laboral, el uso del sistema sanitario, la pensión..., envejecer puede
convertirse en una pesada carga burocrática y casi ninguna sociedad
está preparada para facilitar la tarea a los millones de ciudadanos
que deben realizarla.

Pero, por otro lado, el triunfo de la vejez sobre la enfermedad
gracias a los últimos avances médicos ha favorecido el florecimiento
de una nueva masa social compuesta por personas mayores sanas,
vigorosas, deseosas de participar en la actividad social, conscientes
de su peso político, consumidoras y reivindicativas.

Nuevo grupo de presión

Según la mayoría de los expertos, los agentes sociales no terminaron
de reaccionar correctamente ante el surgimiento de este nuevo grupo de
población. Los políticos intuyen que en él existe un interesante
depósito de votos, pero no saben cómo explotarlo. La nueva tercera
edad ha empezado a organizarse de manera espontánea a la espera de que
alguien repare en su importancia.

Como consumidores, los ciudadanos maduros han encontrado un lugar, por
lo menos en los países más desarrollados. Revistas, productos
cosméticos, viajes, ocio, inmobiliarias.., no pocos sectores han
decidido dedicarse a cautivar a los mayores de 65 años. Con eso, según
los expertos en marketing, se ha producido una curiosa competencia
entre el culto a la figura joven y el deseo de no incomodar a la
madura. ¿Será esta competencia el motor de un nuevo cambio social que
estimule un mayor respeto hacia el papel de los abuelos en la
sociedad?

No es posible saberlo. Lo que se pueden hacer los especialistas en
detectar si se han producido cambios en la percepción de la vejez a lo
largo de los últimos años. En este sentido resulta revelador el
informe elaborado por el profesor de la Universidad de Sheffield Alan
Walker bajo el título Actitudes hacia el envejecimiento de la
población en Europa. Se trataba de una comparación de los
euro-barómetros sucesivos entre 1992 y 2000, sobre todo en las
preguntas que se refieren al futuro y presente de las personas
mayores.

En dicho informe se detectan importantes diferencias de criterio entre
los europeos de hoy y los de hace 12 años respecto a la ancianidad.
Por ejemplo, se ha experimentado un creciente pesimismo ante la
posibilidad de que no se mantenga el sistema actual de pensiones. Si
en 1992 sólo los griegos y los portugueses consideraban que las
pensiones futuras serían más bajas que las actuales, en 1999 ya no
quedaba ningún país optimista al respecto. Por otro lado, en casi
todos los países aumentó el número de personas que consideran que
sería bueno retrasar la edad mínima de jubilación. De estos datos se
desprende que ha habido un aumento de la incertidumbre sobre el futuro
del sistema social de apoyo al jubilado, aunque muchos consideran más
que nunca que una persona de 70 años está perfectamente capacitada
para seguir manteniéndose con su propio trabajo sin necesidad de
jubilarse.

Contra la discriminación

En este mismo período, los europeos también tomaron conciencia sobre
otro tema que afecta a los adultos mayores: la discriminación por
cuestión de edad, un asunto que no es exclusivo de Europa. En 1992 dos
de cada tres europeos pensaban que era necesaria una legislación
específica para luchar contra esta forma de discriminación, sobre todo
en el ambiente laboral. En 1999 la proporción subió a tres de cada
cuatro.

A pesar de eso, los datos demuestran que los problemas sociales
derivados de la edad no están demasiado presentes en la mente de los
ciudadanos de Europa. Un porcentaje muy elevado de encuestados tanto
en 1992 como en los años posteriores reconoció <‘no haberse planteado
todavía” qué iba a sentir cuando se jubilara. La jubilación no es un
tema prioritario para los jóvenes y adultos maduros. Aún así, la
mayoría de los europeos es partidaria de una jubilación flexible y de
que se impulsen medidas de envejecimiento activo, como empleos de
asesoría para personas mayores o trabajos de voluntariado para
jubilados.

En cuanto a la atención de los mayores, los datos demuestran que el
ingreso en una residencia geriátrica es considerada la "peor” opción
en la mayoría de los países. En los países nórdicos, la atención
residencial cuenta con más apoyo que en los países del sur. En toda
Europa, sin embargo, parece existir consenso a la hora de declarar
quién debe hacerse solidario de la atención de los mayores: sin duda,
la familia. Aunque, como es sabido, una cosa es la intención y otra
que realmente se predique con el ejemplo.