Tiene tejos antiquísimos que recuerdan que también por aquí los druidas celebraron sus propios ritos, y relieves infernales tallados en las arquivoltas. En uno de ellos, un diablo burlón arrastra por los pelos al traidor obispo don Oppas, que quiso jugársela a Pelayo. Se quejan los vecinos de Corao, con razón, de su restauración apresurada.