VILLAESCUSA DE HARO: las autoridades, y como no, los sacrificios litúrgicos,...

las autoridades, y como no, los sacrificios litúrgicos, ¿habrá pólvora? o ¿habrá novillos?, ¿vendrá de nuevo aquel elocuente pregonero de la fiesta traído de la redacción de periódico capitalino?, y que tan velozmente habla de cosas tan bonitas que nadie entiende ni recuerda.

¿Cambiarán los músicos? ¿Habrá pólvora o habrá novillos?, ¿Vendrá orador capitalino?, Todo esto es pasajero y cambiante, pero por tradición arraigada en el alma de los vecinos, sean fieles y piadosos creyentes, tibios, agnósticos o ateos, la Santa Procesión fue y será la esencia de la fiesta.

Y como todos los años, se adornará el religioso desfile con una sección militar con gastadores, tambores y trompetas, venidos de regimiento de pomposo y belicoso nombre, juventud que desfilará con el más marcial de sus pasos a las ordenes de un oficial que sable en ristre y con bramidos las más de las veces roncos y desabridos trasmitirá mandatos para rendir honores, como si de orden de fiero combate se tratara.

Es el día grande, es el de la Santa Procesión, la imponente iglesia, fortificado templo religioso, que artesanos que no figuran en la historia construyeron con tanto arte como solidez, acoge en sus naves a hijas, novias y esposas de hombres que en corros de mil conversaciones están reunidos en el atrio eclesial, el sacerdote local oficia una santa misa y, posiblemente otro cura forastero, afamado predicador, clamará desde el palpito la santa grandeza del patrón y aprovechará para recordar los terribles sufrimientos que el infierno guarda para pecadores de divorcio, aborto, sexo, lujuria, asustando fieramente a las pacatas matronas y pasando desapercibida su oratoria entre la mocedad, como música celestial, hasta puede que recuerde inquisitorialmente lo fácil que es condenarse el alma con gobiernos liberales, especialmente los llamados progres o rojillos, olvidará premeditadamente otros mandatos cristianos, más próximos a la pobreza, a la reivindicación de la piedad y solidaridad humana. Y por supuesto nada querrá saber, ni decir de la pública Magdalena, ni del ojo de la aguja que habrá de medir la estrechez del paso a la vida celestial de muchos ricohombres, ni de la caridad de los vecinos entre sí. Y pondrá clamoroso énfasis en la obligación de los fieles con su Iglesia, siempre dicho esto ultimo, sin que yo presuma intencionalidad, al momento en que el cepillo recaudador está paseándose entre las filas de las pías asistentes a tan devoto acto.

Terminado el sacro oficio, esparcido por las naves del templo el humo fragante del incienso glorificador, avisado el oficial que sable en mano manda la sección militar, y ordenado por este al soldado asistente. Rasgará la tranquila atmósfera de la plaza eclesial un desabrido y agudo cornetazo, anunciador de que el Santo Patrón inicia su salida del templo, al unísono de un grito de “ar” que como mandato eléctrico hará erguir en impávida actitud a los soldados exhibiendo de forma ostentosa sus armas, mientras la voluntariosa banda de música entona su primer himno nacional del día.

Sobre las andas históricas que vecinos afortunados han alcanzado este año el honor de portar, sale por el portalón del templo hasta la plazoleta del atrio el Santo Patrón.

Es entonces, a la vista de la figura que el pueblo venera y en cuyo honor se celebra la Fiesta Patronal, cuando quien esto tan burdamente cuenta se hunde en el pensamiento sobre el atribulado pueblo castellano, que festeja y honra la tétrica y trágica representación escultórica de un hombre ejecutado en el suplicio romano, y que previamente fue torturado con sádica crueldad, con enramado de espinos hiriendo mil veces su noble cabeza, espalda lacerada por execrable látigo, pies y manos clavados a un madero. Martirios impartidos por mandato de déspota romano, en cuyo favor solo cabe decir que la historia reconoce que en su sentencia sanguinaria influyeron más los propios paisanos del ejecutado que los jueces imperiales.

Y oye el relator como el pueblo lanza ¡Vivas! a la figura que nos representa al Cristo torturado y ejecutado. Y como le acompaña desde su incipiente paseo procesional una banda de música que con mejor o peor fortuna desgrana notas unas veces alegres otras inaudibles, y el pueblo, el llano, el sencillo, el que el trabajo y la necesidad de cada día no le ha dejado reflexionar, sigue vitoreando a la efigie de un Mesías muerto y antes martirizado por huestes coloniales bajo la sentencia INRI clavada en lo alto de los palos del suplicio.

Es la fe que ha de mover montañas...... la fe de mis mayores,...... dijo un poeta.

Es el espíritu de la sobria y frugal Castilla donde tan grande es su altiva dignidad como humildes sus necesidades, justificadamente orgullosa de pasadas grandezas que la historia unas veces recoge y otras olvida, tierra que pobló el Creador con grandes vasallos de señores ruines, donde se refleja y me hace recordar la devoción de sus antecesores imbuida por el terror regado durante siglos desde púlpitos pregoneros de calamidades y fuegos eternos, represores de alegrías y libertades y mayormente serviles a señoríos feudales y terratenientes de corazón pétreo.

Es la mística devoción del pueblo castellano al Jesús del Gólgota, olvidando al Jesús que sació hambre con panes y peces, el que llevó alegría a las bodas de Cana, el que llenó las redes de humildes pescadores, el que perdonó a Magdalenas, el que sanó leprosos, el que hostigó mercaderes avarientos, el que midió el tamaño de la puerta del cielo para los poderosos. También de ello dijo el mismo poeta... cantar no puedo al Cristo del madero, si no al que anduvo en la mar.

Baten tambores y vibran cornetas, olvidando todos que estos instrumentos no fueron creados para alabar la grandeza de ningún Dios si no para enardecer a la soldadesca en las acometidas de sangrientos combates. Con rígida postura, los gastadores, presentan en ostentosa exhibición sus abrillantadas herramientas letales al Cristo que pregonó la Paz y ofrecía al ofensor la otra mejilla todavía no ofendida, pregonando se desterrara el filo de las espadas y la agudeza lesiva de dagas vindicativas.

Traspasan el atrio las andas, sobre las que se representa la escena de la macabra ejecución. Con los corazones encogidos por la solemnidad del momento, los portadores, lentamente la trasladan. Se forma alrededor del túmulo la guardia armada de juveniles gastadores, fusiles al hombro, bayonetas caladas. ¿Por qué?