Hace ya muchos años, en la
noche de difuntos, existía la
costumbre de que algún hombre o mozo subiera al
campanario y se pasara allí toda la noche doblando las
campanas. Si a la gente que estaba en sus
casas o andaba por la
calle, el oír la
campana tocando a muerto le ponía los pelos de punta, es de imaginar cómo estaría el cuerpo, y el alma, de quien estuviera tocándolas. Tiene su no sé qué, pero me gustan más las campanas repicando en las
fiestas.