Recuerdo la época en la que, por motivos de estudio, estaba en Ciudad Real y cuando se aproximaban estas fechas me sentía extremadamente ansiosa por regresar a casa.
Se hacía muy duro estar, desde el inicio del curso, sin poder volver. No disponíamos de la capacidad, ni de los recursos que hoy, afortunadamente, se tienen.
El tren y la Rivilla eran los medios de transporte. Cuando la Rivilla (en la que me mareaba siempre) dejaba atrás el pantano y, renqueando, subía las cuestas del Alhorín, me parecía estar llegando al paraíso.
El desvío del tres, con su castillete a la izquierda, me hacía percibir imágenes, sonidos y olores que siempre he conservado. El humo de las chimeneas, el Rabanero recortándose al fondo... las calles, que me parecían amplísimas, tan silenciosas, con su escaso alumbrado y aquella paz que se respiraba.
Nos deteníamos en la puerta del casino, donde me aguardaban mis padres y hermanos. Era un momento tan ansiado! Y la llegada a casa, humilde pero repleta de ternura y cariño. El olor de los chorizos y de las morcilla, colgados en largas varas sujetas por alambres y el calor de aquella estufa que mis padres se encargaban de que estuviera siempre encendida. “Va a arder Troya”, decía mi padre. Y el nerviosismo de mis hermanos que no sabían que hacerse conmigo, ni yo con ellos.
Había que ir a buscar un enebro bonito, adornarlo, esperar que llegara el día del sorteo, ensayar villancicos con doña María y envolverte con el dulce cariño de tus seres más queridos.
Se hacía muy duro estar, desde el inicio del curso, sin poder volver. No disponíamos de la capacidad, ni de los recursos que hoy, afortunadamente, se tienen.
El tren y la Rivilla eran los medios de transporte. Cuando la Rivilla (en la que me mareaba siempre) dejaba atrás el pantano y, renqueando, subía las cuestas del Alhorín, me parecía estar llegando al paraíso.
El desvío del tres, con su castillete a la izquierda, me hacía percibir imágenes, sonidos y olores que siempre he conservado. El humo de las chimeneas, el Rabanero recortándose al fondo... las calles, que me parecían amplísimas, tan silenciosas, con su escaso alumbrado y aquella paz que se respiraba.
Nos deteníamos en la puerta del casino, donde me aguardaban mis padres y hermanos. Era un momento tan ansiado! Y la llegada a casa, humilde pero repleta de ternura y cariño. El olor de los chorizos y de las morcilla, colgados en largas varas sujetas por alambres y el calor de aquella estufa que mis padres se encargaban de que estuviera siempre encendida. “Va a arder Troya”, decía mi padre. Y el nerviosismo de mis hermanos que no sabían que hacerse conmigo, ni yo con ellos.
Había que ir a buscar un enebro bonito, adornarlo, esperar que llegara el día del sorteo, ensayar villancicos con doña María y envolverte con el dulce cariño de tus seres más queridos.
Querida hermanita Jovita, precioso relato de cuando volvias a casa después de unos meses de ausencia por tus estudios, en casa ese día era como una fiesta después de estar tanto tiempo sin verte, tanto nuestros padres como nosotros tus hermanos te esperábamos con mucha alegria e impaciencia.
Un beso Pepi.
Un beso Pepi.