Erase una vez que se era de la existencia de un pueblo cuyos inicios estaban basados en la organización humana para extraer los bienes y riquezas naturales de la Tierra.
Eran tales las riquezas que, a lo largo de los tiempos, prevalecían y mejoraban rendimientos y producción que se obtenía.
Pero muchos seres del citado pueblo se daban cuenta de que entre sus manos agrietadas y encallecidas pasaba el codiciado elemento que a algunos haría ricos fuera de allí, generando beneficios en lugares y grupos alejados de lo que allí imperaba; también le daba en pensar que sus cargados riñones, sus pulmones extasiados de contaminación, sus huesos doloridos por el duro trabajo, no obtenían má recompensa que el puro dolor y el sufrimiento de enfermedades o accidentes.
Fue entonces cuando concentró todo su empeño en construir una fortaleza, dado que en esa población sólo moraban seres como los anteriormente descritos y sus humildes familiares.
Al contrario que en otras construcciones defensivas, ésta no lo era de los guerreros que pudieran invadir y derrocar el poder en la zona. Esta fortaleza consistía en una muralla perimetral que no dejase entrar más especuladores, intermediarios, aprovechateguis, y demás ganao parásito del resto del mundo.
Se trataba de dejar las riquezas dentro de sus dominios.
A lo largo de muchos lustros fueron felices porque sus riquezas las adquirían al ritmo por ellos marcados, sin explotación, sin presión, sin esquilmar los bienes sin recibir nada a cambio, cuidando el entorno, su medio, etc.
Pero todo no podía ser tan bonito, sus recursos alternativos se agotaban y sus riquezas no válían nada en sus manos. Además no había mayores expectativas en el recinto amurallado. Éste impedía el tránsito de entrada y salida; no sólo de malos, sino también de buenos augurios.
Es por ello que se decidieron a romper la muralla por diversos puntos de su circunscripción, dando de esta manera paso a la entrada y salida de lo bueno y de lo malo, aunque prevaleció en el lugar una especial selección por lo mejor, dentro de sus aposentos.
A las pruebas nos remitimos hoy día.
CARTUCHO.
Eran tales las riquezas que, a lo largo de los tiempos, prevalecían y mejoraban rendimientos y producción que se obtenía.
Pero muchos seres del citado pueblo se daban cuenta de que entre sus manos agrietadas y encallecidas pasaba el codiciado elemento que a algunos haría ricos fuera de allí, generando beneficios en lugares y grupos alejados de lo que allí imperaba; también le daba en pensar que sus cargados riñones, sus pulmones extasiados de contaminación, sus huesos doloridos por el duro trabajo, no obtenían má recompensa que el puro dolor y el sufrimiento de enfermedades o accidentes.
Fue entonces cuando concentró todo su empeño en construir una fortaleza, dado que en esa población sólo moraban seres como los anteriormente descritos y sus humildes familiares.
Al contrario que en otras construcciones defensivas, ésta no lo era de los guerreros que pudieran invadir y derrocar el poder en la zona. Esta fortaleza consistía en una muralla perimetral que no dejase entrar más especuladores, intermediarios, aprovechateguis, y demás ganao parásito del resto del mundo.
Se trataba de dejar las riquezas dentro de sus dominios.
A lo largo de muchos lustros fueron felices porque sus riquezas las adquirían al ritmo por ellos marcados, sin explotación, sin presión, sin esquilmar los bienes sin recibir nada a cambio, cuidando el entorno, su medio, etc.
Pero todo no podía ser tan bonito, sus recursos alternativos se agotaban y sus riquezas no válían nada en sus manos. Además no había mayores expectativas en el recinto amurallado. Éste impedía el tránsito de entrada y salida; no sólo de malos, sino también de buenos augurios.
Es por ello que se decidieron a romper la muralla por diversos puntos de su circunscripción, dando de esta manera paso a la entrada y salida de lo bueno y de lo malo, aunque prevaleció en el lugar una especial selección por lo mejor, dentro de sus aposentos.
A las pruebas nos remitimos hoy día.
CARTUCHO.