Nacer para morirnos antes,
morir para vivir después.
Marchamos muriendo por la piel
y el tiempo en cada instante,
como las olas, como el llanto
que cae en la tierra y en las sombras.
Como el pájaro que canta y grita
en el crepúsculo vespertino,
desviviéndose eternamente.
Como los amigos, los familiares,
en el círculo de insondables penas
donde crece el trigo y arde el lamento.
Arrugarse lentamente, resquebrajarse
como el relámpago del desconsuelo
en el cielo del vivir errante.
Morir para no morirnos nunca,
como un acueducto subterráneo
donde confluye la sangre, la carne, la vida,
donde se propaga el llanto y el tiempo
y se evaporan los cuerpos
y se condensan las almas.
morir para vivir después.
Marchamos muriendo por la piel
y el tiempo en cada instante,
como las olas, como el llanto
que cae en la tierra y en las sombras.
Como el pájaro que canta y grita
en el crepúsculo vespertino,
desviviéndose eternamente.
Como los amigos, los familiares,
en el círculo de insondables penas
donde crece el trigo y arde el lamento.
Arrugarse lentamente, resquebrajarse
como el relámpago del desconsuelo
en el cielo del vivir errante.
Morir para no morirnos nunca,
como un acueducto subterráneo
donde confluye la sangre, la carne, la vida,
donde se propaga el llanto y el tiempo
y se evaporan los cuerpos
y se condensan las almas.