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ALDEA DEL REY: Escúchame:...

Escúchame:

Serás un cobarde toda tu vida. Hay cobardes que se reflejan en los espejos y tienen todavía esperanza; a ti te causará horror contemplar lo que los espejos te ofrecerán… porque no vas a vivir toda la vida como para creer que ese extremo jamás ha de presentarse.

Aunque creas que el apellido de tu familia resplandece, tu brillo es el de las uñas sucias; y esto es aquello de lo que tus padres se vanaglorian en su mezquina ilusión. Mira a tu alrededor, y cuenta cuántos te aplauden. Las hienas marchan en manada, pero las hienas no se quieren unas a otras.

Te sentirás aún más solo de lo que yo me encuentro. Para mí la soledad es un motor de existencia; para ti será la mayor de las maldiciones, porque nadie (ni siquiera los impíos) se arropa en la compañía de un traidor (Mt 27, 1-10).

Queda este estigma entre ti y el cielo. Yo declino toda responsabilidad en adelante. Responde tú solo a lo que te sea preguntado en lo más íntimo de tu alma… No abriré más los labios en relación a tu maldad... Ve con tus padres mucho a misa y toma muchas hostias consagradas. ¿De qué te va a servir? Tenías que demostrarlo y no lo has hecho (¿Verdad, le pregunto a tu madre, que está escrito: “Examínese cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque quien come y bebe indignamente, come y bebe su propia condenación” [1 Cor 11, 28-29]?)... No tienes nobleza de corazón; la infamia es contigo.

Ríe y carcajéate hasta reventar. Haz de la burla tu insignia… Tú pararás de reír, pero mi silencio atravesará las mismas nubes.

Mi olvido te acompañará, pero los cielos no han olvidado… Está escrito: “No matarás” (Éx 20, 13), y tú mataste sabiendo que matabas, aunque no pudiste aniquilar el alma que querías hundir… Pero lo que mataste en injusticia, será resucitado y justificado por una justicia más grande que el mundo y que tu propia miseria.

Más fácil será olvidarte a ti que a cualquiera de estas palabras que quedan escritas, para mi alivio y para tu eterna vergüenza. Estas palabras irán a buscarte en tu soledad, y aunque las rompas mil veces, ya están escritas en las calles de tu pueblo.

Adiós, triste criatura… Ojalá puedas perdonarte a ti mismo, como yo te he perdonado.

Y que el Señor me ayude de nuevo.

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El jardinero de las nubes.
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