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ALDEA DEL REY: ¡Eeeh, que va premio, la, laralará, la, lá, ay! Anunciaba,...

¡Eeeh, que va premio, la, laralará, la, lá, ay! Anunciaba, soltaba una tonada que concluía con un quejido a modo de estertor, señal inconfundible de que se le había agotado el fuelle..., pero a punto continuo volvía a reanudar su cantinela por las calles adoquinadas de Aldea, como labrador que esparce sus semillas besana adelante.
Cuerpecillo endeble, boina migajosa, ojos tremendamente abiertos y su boca de sílabas entrecortadas, a consecuencia de sus carencias dentales, como molino sin piedra, que diría don Quijote (quien además añadió que en más estima había de tenerse un diente que un diamante)... Así marchaba por la vida el hermano Cofrades.
Al principio tuvo una tiendecilla de golosinas en la Plaza, por debajo del nivel de la calle, y muy pronto le nació el gusto por las rifas entre los veladores del bar de Tomasico Centinela. ¿Quién puede olvidar aquellos bolsones de caramelos cuya adquisición prometían las estampitas de Heraclio Fournier? Y luego: ¡Señores, el as de copas!
Una vez me cayeron, ¡vaya que sí! Caramelos de miel masticados a dos carrillos.
En el promedio de los ochenta, el hermano Cofrades se retiró de sus quehaceres comerciales, pero vive Dios que le había quedado un enorme stock de las estampitas de la baraja española. ¡Pues a rifar se ha dicho! Lo hacía siempre muy temprano, pero nunca resultó molesto a los dormilones, pues su voz cascada pronto se hizo tan entrañable como el canto de los gallos o el de los grillos. La sonrisa del aire en cada esquina, como en los setenta cantara María Ostiz. Y vació su corral de conejos y gallinas lluecas para rifarlos; algunas veces también muñequetes de goma. Me acuerdo de las miradas trémulas de sus pobres conejitos, y cómo éstos giraban hacia arriba el cuello cuando eran entregados a la propietaria de la papeleta ganadora.
Así transcurrió la vida de ese gran hombre que fue el hermano Cofrades, siempre vociferando todos los palos de la baraja de Heraclio Fournier.
¡Cuánto se le echa de menos, junto con sus bolsones de caramelos! ¿Habrá también un cielo para todos esos caramelos de miel y frutas?
El jardinero de las nubes.