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VOZPORNOCHE: la cabaña...

la cabaña
Llagamos al sendero que queríamos recorre, como casi siempre dejamos nuestro recorrido un poco al azar. No es fácil perderse en estos bosques, generalmente y si no hay niebla suele quedar muy claro cuál es el norte y cual el sur. Arriba y abajo, quizás alguna vez demos un poco más de vueltas, pero hasta hoy nunca nos hemos perdidos quizás nuestra experiencia en el medio rural nos venga de haber nacido en un pueblo de esta región.
Los primeros kilómetros siempre en estos lares son cuestas muy empinadas, uno las toma en frio después de muchos días sin andar y se hacen costosas, pero solo hay que tener perseverancia en media hora se coge el ritmo. Seguimos una senda que asciende montaña arriba siguiendo el cauce de un riachuelo, los arboles nos tapan el cielo que solo entrevemos entre las verdes hojas. Algunas veces cuando recorre estos bosques recuerdo a los poetas que hablan del “silencio del bosque “y creo que ninguno de ellos ha estado dentro. Los bosques no son silenciosos, al contrario están llenos de ruidos, el crujir de las ramas, el sonido de las hojas movidas por el viento en verano sobre nuestras cabezas y en invierno mucho más intenso bajo nuestros píes. El cantarín ruido de los riachuelos, los cientos de insectos, pájaros y roedores. A los dos nos gusta ir en silencio. Y de noche, ¿habéis estado en un bosque por la noche ¿! eso sí que es un hervidero de sonidos! Al dejar de percibir por nuestros ojos se incrementa nuestros otros sentidos y nos llegan ruidos que de otra forma no escuchamos. Por la noche el bosque tiene mucha más vida que por el día.
Ensimismada en estos pensamientos voy saltando por las piedras olvidándome de que ya no soy tan ágil como hace unos años. Cuando una piedra se da la vuelta y yo doy un pequeño gritito. Mi compañero se vuelve pensando en que quizás me haya torcido un tobillo. Pero mi grito ha sido de júbilo. Al darse la vuelta la piedra ha dejado al descubierto dos pequeñas joyas. Brillantes, húmedas, perfectas. De color negro con manchas amarillas, de un amarillo tan llamativo que parece pintado. Son dos gorditos tritones que al notarse al descubierto corren a esconderse entre la hojarasca, pero no tan deprisa como para que no los pueda hacer unas fotos. Muchas veces uno pasea durante todo un día y no logra ver más animales que algún caballo o alguna vaca tudanca, (animales que yo considero domenticos). Hoy es un día de suerte ya hemos visto ¡dos tritones!
Dos horas después salimos a un claro donde hay varios prados cercados de paredes de piedra y una cabaña. En ese instante, el cielo que se ha cubierto de negras nubes se ilumina por un relámpago. En pocos minutos nos alcanzara la tormenta y es bien seguro que nos vamos a mojar. Nos dirigimos hacia la cabaña, muchas veces los ganaderos las dejan abiertas. Pero no, esta está cerrada. Igual que mi compañero es experto en ver hombrecillo diminutos, Yo se que también es muy hábil encontrando escondidas las llaves de las cabañas, los ganaderos nunca se las llevan; por que las llaves antiguas son muy pesadas. Le animo a que busque la de esta y después de mover varias piedras y cuando ya pienso que no la vamos a encontrar ¡ahí está! Abrimos la puerta, justo cuando empiezan a caer las primeras gotas. Dentro, el pajar está lleno de hierba seca y en vista de que ahora lo que cae es un fuerte chaparrón decidimos sacar nuestros bocadillos y esperar a que la tormenta se aleje. Los truenos están lejos y nuestros estómagos llenos. No sé si será el sopor que nos provoca la tormenta, la calma que se respira en el bosque, o el cansancio y la paz que nos ha proporcionado la caminata pero poco a poco nos vamos quedando dormidos sobre la hierba escuchando la lluvia que como una canción nos mece.