El Capricho es una muestra de la plenitud de la tendencia oriental en la que Gaudí halló espléndidas soluciones, como la
torre-minarete (o alminar persa) y que es el elemento definitorio de esta obra y el primer precedente de una solución arquitectónica que aparecerá en futuras construcciones como Bellesguard o los Pabellones del Park Güell. En el remate de la torre, toda ella revestida de la misma
cerámica que las franjas, acentuando así su verticalidad, hay un delicioso templete sostenido por cuatro
columnas de fundición, en el que la geometrización de la
cúpula, según el ya citado Cirlot, es un verdadero cubismo realizado con un cuarto de siglo de antelación.
También hay que destacar en esta primera obra de Gaudí (lo que será una constante en su obra) la extraordinaria adaptación a las características del contratante. Efectivamente, Díaz de Quijano era músico amateur y coleccionista de plantas exóticas. El Capricho, cuyo nombre evoca, precisamente, la composición musical libre y fantasiosa, tenía planta en forma de U para abrigar del viento del norte un gran invernadero orientado al sur donde el propietario atesoraba las plantas que le traían de ultramar. Y Gaudí
reflejó la pasión del propietario por la
música en diversos elementos, tanto de la decoración interior, como en el exterior. Es el caso de las
vidrieras de la libélula con una guitarra y la del gorrión sobre un
órgano, o del banco-
balcón, donde los contrapesos de la
ventana de guillotina eran tubos metálicos que al subir o bajar eran percutidos por un vástago y emitían agradables sonidos musicales.