BIELVA: Son las albarcas calzado de nuestros mayores que todavía...

Son las albarcas calzado de nuestros mayores que todavía en ocasiones repiquetean por las calles del pueblo. Calzado hecho con la madera de nuestros montes que tanto usaron nuestros abuelos cuando las callejucas del pueblo estaban llenas de barro y cuchu o los charcos inundaban caminos y veredas. Hoy son ya mero recuerdo para la gente joven que con sus flamantes y refulgentes zapatillas parecen haber llegado de otra galaxia.
Prácticamente son cuatro los albarqueros que por entretenimiento y afición manejan la legra, azuela y navaja para en sus ratos de ocio trasformar los toscos troncos de abedul o nogal en preciosas y ligeras albarcas, que ya no lucirán en los pies de nadie sino en la pared o estantería de la casa.
Otro utensilio caído en desuso y que la modernidad se lleva consigo, pero para los nostálgicos quiero trascribiros unas líneas de Manuel Llano, el sarruján de Carmona, que como nadie nos cuenta como veía él este calzado allá por los años 30. Tras los apuntes de Gervasio sobre las partes de la albarca y refrescando un poco la memoria sobre algunas palabras que se utilizaban años atrás, espero que os interese y os guste.
Albarcas pulidas de los mozos de Brañaflor, tan pintadas, tan señoritas.
Tajos de nogal, troceados en arte peregrino, con rayezuelas blancas en el bermellón suave de la corteza de alisa; leve el pico, campantes los tarugos, refinados con filo de cristal.
Albarcas de pastor, anchas de panza, duras, llevaderas, que no pesan en las trochas, ni resbalan en las lastras, ni se dejan atrás en los atajos y en los pozos de los camberones amarillos.
Cautiverio apacible de escarpín, del escarpín de sayal, caliente en su aspereza, sobre la mullida del heno que aun tiene esencia de manzanilla y flor de malva. Albarcas del ansar y de la ribera, del monte y del puerto.
Albarcas negras y blancas y coloradas. Albarcas de abedul y de alisa, de haya y de nogal, acicalás al amor de la lumbre, mientras asoma verde y azul la picardía de la adivinanza.
Tienen adornos de la tierra. Adornos dorados, como la corteza de las tortas de parrilla. Rayas negras, enérgicas, que forman arabescos y encajes. Rectas, firmes. Ondulaciones caprichosas, con temblores y devaneos de la navaja en la madera de raíz, en la madera de tronco.
Surcos y caminitos entrelazados, desde la casa al pico. Pespuntes galanos. Complicaciones inocentes de una geometría rústica.
El alberquero enamorado traza en el leño, después de labrar y pulir, las ansias de su alma cautiva. Pinta corazones y rosas y castañuelas y panderetas y cascabeles en las almadreñas de la moza bien amada.
Un corazón muy grande y unas flores chiquitinas y unas guirnaldas y unas ramas y unos colorines picoteando las rosas del cortejador bienaventurado.
Albarcas negras de cura rural, que brillan en el pórtico, en la ringlera de la feligresía, ringlera demócrata, en que los tarugos del labrador infeliz ocupan la misma losa que los del terrateniente acadaulado, de repletos desvanes.
Albarcas de señorita remilgada, también negras, de líneas más suaves, más ligeras, más brillantes.
Albarcas blancas, sin la color de la alisa, sencillas, pulcras, de hidalgo. Albarcas tostadas, de mozo roncero. Albarcas recias, de pastor. Albarcas de mozas, con bordados y tarugo leve y motas, a modo de recosido gentil. Albarcas con argollas y remiendos de lata en las hendiduras.
Industria y arte peregrino que tiene poesía, que tiene espíritu y colores y brotes de ingenio y características maravillosas de habilidad campesina.
¡Albarcas pulidas de los mozos de Brañaflor, tan pintadas, tan señoras!