Nadie podía imaginar entonces que el malpaís daría paso a un singular entorno vitivinícola donde la ceniza volcánica serviría para preservar la humedad de los cultivos. En él, una sucesión perfecta de
refugios de
piedra protegen las parras que brotan de hendiduras excavadas en el lapilli demostrando lo poderosa que es la
naturaleza y configurando uno de los
campos de labor más particulares del mundo en el que los campesinos se alían con las tierras ásperas, los vientos alisios y las escasas
lluvias para elaborar vino.