A mediados del siglo XX, las
Montañas del Fuego comenzaron a atraer visitantes curiosos por el calor que aún emana del subsuelo. En el Islote de Hilario se construyeron modestas casetas donde los isleños mostraban cómo el calor geotérmico podía cocer huevos o asar carne. Este aprovechamiento espontáneo fue el origen de las actuales instalaciones turísticas, que hoy permiten observar el fenómeno de forma controlada y segura.