Sin conocimiento previo de estos fenómenos, la población se dividió entre quienes huyeron a otras zonas de la isla y quienes emigraron a islas vecinas. El
paisaje cambió para siempre, configurando lo que hoy conocemos como
Montañas del Fuego. Casi un siglo después, en 1824, una nueva serie de erupciones añadió más material volcánico al suroeste de la isla. Esta vez surgieron los conos de Tao, Nuevo del Fuego (posteriormente llamado Chinero) y
Tinguatón. Aunque más breve y menos devastadora que la serie anterior, esta erupción consolidó la imagen volcánica de
Lanzarote y dejó nuevas huellas en su relieve, reforzando el interés por su estudio geológico y científico.