Cada
casa de
Orzola lleva desnudo todo el cuerpo, pero el cuadro de
puertas y
ventanas van invariablemente blanqueadas. Su cala, a instantes convertida en preciosa ría, está resguardada por la más difícil barra que imaginarse pueda, pero a la que el marinero de Órzola entiende y sabe dominar.