Los barquillos se abarloan al pequeño espigón y los marineros, gozosos, inician la descarga de la vieja —princesa de este
mar—, que las mujeres clasifican con tacto y vista, para transportarlas en seguida al
mercado, ansioso de gustar la abundancia de esa «trucha» del océano, tan sabrosa y digna como el más fino de los mariscos.