Es curioso ver la rapidez y la destreza con que las mujeres, de todas las edades, «jarean» en la orilla del
mar a esos peces de unos diez centímetros de largo, de
color negruzco, o colorado, de gran cabeza y boca chiquita, y que luego tienden al sol hasta que queden curtidos, pero sin perder un ápice de su primitivo sabor. Cuando el mar se encabrita los pescadores de
Orzola quedan ociosos, porque la
pesca de la vieja precisa de especiales cuidados, y porque el puertecito tiene una barra, que si bien le protege, hace difícil la «rifa» trágica con que los barquillos se enfrentan al entrar o salir por ella.