A medida que el
sendero se escarpa, los suelos comienzan a pintarse de amarillo y violeta, gracias a la aparición de plantas autóctonas como las siemprevivas de Famara, las margaritas o las lenguas de
vaca azules. También hace acto de presencia el acebuche, primo asilvestrado del
olivo, cuya madera ha sido utilizada desde tiempos antiguos para la fabricación del palo conejero, con el que se practica un
deporte típicamente
lanzaroteño similar a la esgrima.