NAVIA: Puerto de Vega...

Puerto de Vega

Las limpias piedras y el ocle
el pie desnudo pisaba,
si no las negras arenas,
nacidas de la pizarra.

La mano, blanca y hermosa,
si, al pisar donde resbala,
un accidente temía,
apoyaba, sin mirarla.

No lejos de las rodillas
que besan, a la mañana,
los vientos más atrevidos,
el caldero que llevaba.

Y, en el caldero, las conchas
que, entre las rocas, alcanza,
las caracolas que duermen
cuando estamos a mar baja.

Que, remover los guijarros,
aunque labor es cansada,
al bígaro desentierra,
al caracol de las playas.

Por no decir que otras veces,
que es paciente y avezada,
si no recoge corales
y otro molusco acapara.

Porque con corto cuchillo
y con navaja afilada,
de la piedra a que se pegan
es posible separarlas.

Y siempre a la noche pesca,
hija de una madrugada
que viene, siendo verano,
tan fresca como temprana.

Porque la pesca a la noche
suele ser menos avara,
cuando a su madre le lleva
el regalo de las calas.

Entre tanto a puerto llegan
y a las arenas calladas,
con lento paso, las olas,
con el despertar del alba.

El alba que alegre juega,
el alba que viene rauda
a mirar sus ojos bellos,
que no el vuelo de su falda.

Aunque pudiera envidiarlo,
bien que con envidia sana,
porque la falda que ciñe
enseña sus piernas blancas.

Y diré que son, acaso,
como cristales de nácar,
como mármol cincelado,
como la nieve cuajada.

Que es honesta la chiquilla,
y no puede, entre las aguas,
caminar, entre las piedras,
sin mojar faldas más largas.

Y sabed que es aburrido
cuando las horas se pasan
largamente estando sola,
por lo que la niña canta.

Y es que es su canto amatista,
joya que puede apreciarla
la luna desde la altura
en el placer de escucharla.

Porque la luna la escucha,
porque la luna la llama,
si no la llaman los brillos
que lucen con la alborada.

Porque la escucha la luna,
la siente la luz del día,
que los días que ella pesca
oyen estas meldías:

“Sus llamas mostró la aurora,
despertando la mañana,
librando el aire de sombras
que desterró la alborada.

Mostró el alba sus colores,
despertando al nuevo día,
de sombras librando el aire
que arrancó, fresca, la brisa.

Y, dejando que sus yeguas,
cuando llegaron, besara,
acarició blancas rosas
con la púrpura cuajada.

Y, dejando que sus yeguas,
besara, cuando venían,
acarició rosas blancas
con la púrpura encendida.

Y rizó el aire sus rizos,
de San Juan a la alborada,
cuando acarició su aliento
los pinares de Soirana.

Y rizó en Soirana el aire,
mientras su aliento corría,
de San Juan, a la mañana,
los pinares, a las vísperas”.

2009 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Alborada de San Juan en Puerto Vega”
Todos los derechos reservados por el autor.

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