CORNELLANA: IV.- El destierro en Gijón. La orden de viajar a...

IV.- El destierro en Gijón.

La orden de viajar a Asturias y abandonar Madrid es una orden disimulada de destierro. Jovellanos sabe que cualquier acto de rebeldía es inútil y peligroso para él y para Cabarrús. El 20 de agosto, unos días antes de emprender viaje, comienza a escribir su Diario. Por él sabemos que sale de Madrid hacia Galapagar y durmiendo en Labajos, Olmedo, Valladolid, Medina de Rioseco, Matallana de Valmadrigal, La Robla o Pola de Gordón, Pajares y Oviedo, llega a Gijón el 8 de setiembre. El 19 del mismo mes se pone de nuevo en marcha para visitar las minas más importantes del Principado. Recorre, en varias expediciones, Ribadesella, Llanes, Covadonga, Aviles, Siero y Langreo. El 25 de octubre regresa a Gijón. Ya en abril del año anterior había Jovellanos redactado un Informe sobre el beneficio del carbón de piedra y utilidad de su comercio en el que establecía una serie de principios por los que cree él que debe regirse la explotación de las minas y el comercio del mineral extraído de ellas. Hay que tener en cuenta que el descubrimiento de las minas en la cuenca central asturiana empieza entre los años 1760 y 1770 y existían problemas y confusión con respecto a la explotación e importanción del mineral. Jovellanos plantea al ministerio una política de desarrollo industrial que abría muchas perspectivas para el futuro.
En 1791 Jovellanos dice a Antonio Valdés: «... Deseo saber si he de pasar desde luego a Salamanca para desempeñar este nuevo encargo o esperar aquí la resolución de los puntos que propongo relativos a la presente comisión, por si hubiere de ejercutar alguno de ellos». En la misma fecha, y en carta confidencial, le dice a Valdés: «En cuanto a mí, pues usted sabe los pasados incidentes, sólo debo prevenir que en la carta de remisión doy bastante ocasión para salir del pantano. Ni tengo repugnancia de ir a Salamanca, ni me pesará quedarme aquí a ejecutar algo de lo propuesto. Ocioso y desairado, ni quiero estar, ni estaré en parte alguna».
Jovellanos espera. No quiere volver a Madrid, no tiene interés en ir a Salamanca, prefiere quedarse en Gijón. El rey rubrica el 15 de julio que «... Está satisfecho de su trabajo y del celo que manifiesta, y que es su Real voluntad subsista allí mientras se examinan y resuelven sus propuestas, pues será preciso concurra a la ejecución del proyecto cuando se determine».
En los años siguientes, hasta 1797, se pide la opinión de Jovellanos sobre diversos problemas relativos a la minería y mientras tanto él realiza varios largos y fructíferos viajes, tanto por Asturias como por las provincias del norte: Cantabria, País Vasco, León, Burgos, La Rioja, Valladolid, Salamanca y Zamora. Aunque en ocasiones el viaje tiene alguna excusa oficial, otras veces utiliza cualquier pretexto para salir y poner en práctica su enorme afición por ver tierras, monumentos y archivos.
El 24 de febrero de 1792 fallece doña Francisca Apolinaria, madre de Jovellanos, a los 88 años de edad. Es lógico suponer que Jovellanos se entristeció profundamente al faltarle su madre que, recordemos, distinguía a su hijo «de los demás en los cariños». Pero continúa su trabajo y sus encargos. El 1 de febrero Floridablanca, superintendente general de Caminos, nombraba a Jovellanos su subdelegado en Asturias, con el fin de llevar adelante las obras de la carretera entre Gijón y León, construida entonces sólo hasta Santullano.
Todos los trabajos que realizó a este fin los cuenta Jovellanos en el Cuaderno V de su Diario. Viajó a Pajares para marcar la línea de la nueva carretera y tomar medidas, para presentar un proyecto definitivo de las obras. Pero mientras tanto, recibe en la Pola de Lena la aprobación de la Ordenanza del Real Instituto Asturiano. El 2 de diciembre está de nuevo en Gijón, y allí permanece, salvo para realizar pequeñas excursiones por los alrededores o viajar a Oviedo, durante todo el año 1794 y hasta el 12 de marzo de 1795, en que inicia otro gran viaje.
Antonio Valdés y Bazán escribe en enero de 1795 a Jovellanos pidiéndole que se encargue de realizar las pruebas de limpieza de sangre de su hermano Fernando, que había sido premiado con el hábito de la Orden de Alcántara. Don Gaspar acepta y el 12 de marzo, sabiendo que Valdés le concede todo el tiempo que necesite, inicia el primer viaje en dirección a Cangas del Narcea –entonces Cangas de Tineo– pasando por Oviedo. Jovellanos designa a frey Ignacio Andrade y Liaño, antiguo amigo suyo, para hacer las pruebas con él. Frey Ignacio se encuentra con su amigo en San Román de Candamo y de allí van a Cornellana, Salas, La Espina y Cangas de Tineo. El 1 de abril se reintegra a Gijón y el día 12 de este mes comienza la segunda parte del viaje camino de Logroño. Este viaje es muy interesante desde el punto de vista artístico, –el itinerario pasó por León, Sahagún, Carrión, Burgos, Pancorbo, Haro y Logroño–, porque describe y descubre un gran número de pinturas y esculturas, así como monumentos que nunca antes había visitado. Todo lo anota en el Diario y constituye el viaje más valioso de todos los que hizo, o al menos de los que constan en el Diario.
Hasta 1797 Jovellanos permanece en Gijón. Pero el 21 de junio de 1797 una Real Orden manda a don Gaspar pasar a reconocer la fábrica de municiones y cañones de La Cavada y de todo lo relacionado con ella. Se le pide además que guarde secreto. Parte el 19 de agosto y pasando por León, Almanza, Guardo, Reinosa, Vitoria, Vergara, Azpeitia, Bilbao, Santoña y Santander, visita La Cavada y la fábrica de Liérganes. Vuelve después por Ontaneda, Torrelavega, Reinosa, Alar del Rey, Carrión de los Condes, Sahagún y León, ciudad a la que llega el 7 de octubre. El 15 de ese mes, estando en Pola de Lena, recibe el nombramiento de embajador en Rusia. El itinerario, aparentemente absurdo, no tenía más fin que el de despistar a los otros. Yendo hacia León, haría creer a todos que seguía trabajando en la comisión de la carretera de Pajares. En León, hace correr la voz de que tiene que informar a la Sociedad Económica Matritense sobre la Ordenanza de Montes, y con tal motivo debe dirigirse a Reinosa. Sigue buscando disculpas y asegura que en el viaje hecho en 1791 no había podido apenas ver la fábrica de La Cavada, y desea visitarla de nuevo. En fin, consiguió sus propósitos y terminó el viaje con la amarga y dolorosa noticia del nombramiento como embajador.
En 1797 termina el disimulado destierro de Jovellanos en Gijón. Se acaban también unos años que todos los biógrafos de Jovellanos no dudan en calificar como los más felices y fructíferos de su vida, años en los que Jovellanos vivió una vida serena, tranquila y laboriosa. Al menos fueron más serenos que los que le tocó vivir después, y fueron también más tranquilos que los que había pasado en la Corte. Alejado de los grandes asuntos y del bullicio de Madrid, se dedica en cuerpo y alma a poner en marcha uno de sus más queridos y ambiciosos proyectos: el Instituto Asturiano.


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