CARCEDO: José Ramón Muñiz Álvarez...

José Ramón Muñiz Álvarez
“TRES SONETOS PARA MARÍA DEL CARMEN ÁLVAREZ
MENÉNDEZ”
-poesía-

No siempre la mañana despierta alegremente, llevando por el cielo los brillos que relumbran en la altura, sus luces, sus colores encendidos. Por eso los paraguas llenaban los rincones, las calles y las plazas, en cuanto amenazaba alguna nube, llegada de Galicia o de los mares.
Entonces, los pesqueros llegaban muy temprano, los puertos se llenaban y Asturias era lluvia con la lluvia y el sol que se refleja en cada brizna: pensad en esos campos, pensad en esos prados mojados por la lluvia, manchados por la llama de un sol bello, heridos por la llama de un sol bello.
No siempre la mañana despierta alegremente. Y el caso es que la aurora por fin quiso la paz con los mortales y el sol cobró el dominio sobre el cielo. La gente ya bajaba, con un paso sereno, por más que era temprano: “Señores, el bocarte está barato”, decían desde el barco los más mozos…
Pero esta es una historia distinta a la que quiero venir a referiros: no siempre las historias de pesqueros enganchan a la gente que me escucha. Y en estos filandones no sobra hablar de cosas que puedan sugeriros matices muy curiosos de la vida, leyendas tan extrañas como el mundo.
Por eso los pesqueros, los cuentos de galernas e historias semejantes serán cosa que cuente en otro tiempo, que no es prudente, en fin, entretenerse. Dejadme que os presente sucesos muy distintos al mar de las Asturias, que, al cabo, siempre son interesantes, mas no como el suceso que os reservo.
Hablemos de deshielos, de escarchas en los valles, del alba que se admira desde los hospitales en invierno, sabiendo comprender tanta tristeza. Hablemos de los sueños que son melancolía, que saben a penurias, mirando cómo parten los que quieres, sabiendo que ya parten los que quieres.
Hablemos del espíritu que, roto, se deshace, fluyendo con las lágrimas, hablando con la lluvia, si es que llueve; hablando de la nieve, si es que nieva. Hablemos mismamente del mar en el enero que mira viejas playas calladas, escuchando las espumas serenas de las olas que se agotan.
O estemos en silencio, si acaso sospechamos que curan las heridas las voces del silencio en navidades, cuando nos llegan vientos de borrasca. O estemos en silencio si es cierto que pensamos que pueden los silencios ser forma de respeto por la gente que ya no habita el tiempo que nos toca.
Pensemos en la vida, pensemos en la muerte, tal vez ese momento que viene sin decirlo, sin avisos, robándonos las cosas que tenemos, robándonos la hacienda, la risa y las tristezas, los odios, los amores que hicieron que la vida se tejiera con tintes diferentes a otras vidas.
Sepamos entendernos, sepamos comprendernos: si acaso el desconcierto nos llena cada día de existencia, si acaso la mañana nos lo dice, tal vez el desconcierto que llena la existencia no es otro que los miedos que borra la poesía que se escribe con ganas de afrontar estos temores.

Soneto I

La voz que trajo entonces la alborada
manchaba el brillo claro en las alturas,
hablándonos del sol, de sus diabluras,
jugando a reflejarse en la nevada.

Y oyeron al cristal donde la helada
las horas de silencio tan oscuras
que pudo descorrer con llamas puras
el eco en que quebró la madrugada.

Y quiso la mañana, con apuro,
volar el cielo azul, cruzar el cielo,
su magia, su color, su principado.

Y llanto, soledad y desconsuelo
nacieron de mi pecho en un conjuro
que, triste, pronunció desesperado.

Soneto II

Y todo se hizo hablar con ese viento
que quiere la blancura en cada prado,
si juega con el aire despistado
el sol en ese cielo ceniciento.

Y todo se hizo hablar del desaliento
que quieren el enero y el nublado,
sabiendo que es un mar enajenado
el mar en que se mira el firmamento.

Y quise contener el odio al día,
llorando, sin lamentos, silencioso,
quejándome sin voz al pecho mío.

Y vino a ser la luz melancolía,
querella del bostezo perezoso
que le arrancó la vida con el frío.

Soneto III

No pudo estar ausente la hermosura
que saben pronunciar en el paisaje
la escarcha y la belleza, ese coraje
que mezcla con la aurora la negrura.

La luz del sol, perdiendo su bravura,
quedando atrás, tardando en ese viaje,
sinónimo de vida, le hizo ultraje
al alma que volaba hacia la altura:

Quedó la voz de aquella sombra fría
que se hizo de la estancia soberana,
eterna gobernante de su suerte:

el beso silencioso donde el día
quería cautivar a la mañana
le dijo la palabra de la muerte.

No siempre la mañana despierta alegremente, llevando por el cielo los brillos que relumbran en la altura, sus luces, sus colores encendidos. Por eso los paraguas llenaban los rincones, las calles y las plazas, en cuanto amenazaba alguna nube, llegada de Galicia o de los mares.
Entonces, los pesqueros llegaban muy temprano, los puertos se llenaban y Asturias era lluvia con la lluvia y el sol que se refleja en cada brizna: pensad en esos campos, pensad en esos prados mojados por la lluvia, manchados por la llama de un sol bello, heridos por la llama de un sol bello.
No siempre la mañana despierta alegremente. Y el caso es que la aurora por fin quiso la paz con los mortales y el sol cobró el dominio sobre el cielo. La gente ya bajaba, con un paso sereno, por más que era temprano: “Señores, el bocarte está barato”, decían desde el barco los más mozos…
Pero esta es una historia distinta a la que quise contaros esta noche: pensad que las historias que os refiero no deben repetir sus elementos. Y huyendo de aburriros, tal vez no hablar de mares, de puertos alejados, hablar de alguna cosa diferente, pudiera pareceros saludable.
Dejemos, como un barco que viaja a la deriva, los nombres de los puertos: Candás, Gijón y Navia, Cudillero, tal vez Ribadesella, acaso Lastres. Dejemos de momento que sueñe cada costa callada en las Asturias, que duerma ya Viavélez, o que en Tapia la noche caiga lenta en playas grises.

2019 © José Ramón Muñiz Álvarez