¡Y mira que a mi me gustaben los fréjoles; pero esi añu fué demasiao.!
Fréjoles con chorizu, fréjoles con taquinos de jamón y patates, fréjoles con tomate... Después estube varios años sin probar los fréjoles... ¡acabé de ellos hasta la coronilla!
Y como decía el paisano... ¡Y que no falten!
Aquella terrenín daba una producción exagerada.
Aquel pequeñu huertu, que tenía mi suegru, un poquitín más allá de la curva del Retorturiu; tras cruzar la vía del tren, donde pasaba un pequeñu regueru ó riega, que había que saltar, pa llegar a la huerta.
Aquelles parceles de negra tierra fértil: donde se plantaba: ajos, cebolles, arbeyos, patates (poques, porque nun había mucho sitiu), fréjoles, pepinos, tomates (costaba que se dieran) y, a veces, algún maizón en les orilles.
Algunos habien construido gallineros, a modo de chabola; revestien ésta, con hojadelata de les lates de aceite del economato (abundaba les de la marca Ybarra). El panorama que se contemplaba desde la carretera, era un poco desastroso, (desde el punto de vista estético).
El oasis de felicidad que representaba estos pequeños espacios de conexión con la tierra, en unos mineros que pasaben la jornada laboral bajo tierra; fué muy beneficiosa pa ellos. Cavar a palote ó con la fesoria, plantr, regar y... después un descansín, donde se juntaban varios compañeros de las huertas cercanas a echar un cigarro y tomar un trago de vino, mientras que sentados en un tosco banco de madera (hecho artesanalmente) ó sobre un gran regodón (de los que abundaban en este lugar) hablaban de la huerta y de la mina.
Los crios jugaben por entre los gallineros, saltando los muros de regodón que cercaban los huertos...
Yo recuerdo a mi padre, que cuando entraba en el relevu de la mañána, salía a las dos y media (aproximadamente), paraba a tomar una pintina vino, llegaba a casa y comía, echaba una siesta hasta las cinco ó así; después cogía la bicicleta y ¡hala! pa la huerta.
¡Siempre tenía algo que hacer!
Gallines ponedores, pitos de engorde (esos si que yeren de corral), conejos... ¡to valía pa en casa!, en eses cases bullicioses y llenes de rapacinos; donde todo estaba lleno de vida y alegría juvenil. Y que comiemos como limes.
Fréjoles con chorizu, fréjoles con taquinos de jamón y patates, fréjoles con tomate... Después estube varios años sin probar los fréjoles... ¡acabé de ellos hasta la coronilla!
Y como decía el paisano... ¡Y que no falten!
Aquella terrenín daba una producción exagerada.
Aquel pequeñu huertu, que tenía mi suegru, un poquitín más allá de la curva del Retorturiu; tras cruzar la vía del tren, donde pasaba un pequeñu regueru ó riega, que había que saltar, pa llegar a la huerta.
Aquelles parceles de negra tierra fértil: donde se plantaba: ajos, cebolles, arbeyos, patates (poques, porque nun había mucho sitiu), fréjoles, pepinos, tomates (costaba que se dieran) y, a veces, algún maizón en les orilles.
Algunos habien construido gallineros, a modo de chabola; revestien ésta, con hojadelata de les lates de aceite del economato (abundaba les de la marca Ybarra). El panorama que se contemplaba desde la carretera, era un poco desastroso, (desde el punto de vista estético).
El oasis de felicidad que representaba estos pequeños espacios de conexión con la tierra, en unos mineros que pasaben la jornada laboral bajo tierra; fué muy beneficiosa pa ellos. Cavar a palote ó con la fesoria, plantr, regar y... después un descansín, donde se juntaban varios compañeros de las huertas cercanas a echar un cigarro y tomar un trago de vino, mientras que sentados en un tosco banco de madera (hecho artesanalmente) ó sobre un gran regodón (de los que abundaban en este lugar) hablaban de la huerta y de la mina.
Los crios jugaben por entre los gallineros, saltando los muros de regodón que cercaban los huertos...
Yo recuerdo a mi padre, que cuando entraba en el relevu de la mañána, salía a las dos y media (aproximadamente), paraba a tomar una pintina vino, llegaba a casa y comía, echaba una siesta hasta las cinco ó así; después cogía la bicicleta y ¡hala! pa la huerta.
¡Siempre tenía algo que hacer!
Gallines ponedores, pitos de engorde (esos si que yeren de corral), conejos... ¡to valía pa en casa!, en eses cases bullicioses y llenes de rapacinos; donde todo estaba lleno de vida y alegría juvenil. Y que comiemos como limes.