gran persona que se jubila, AVILES

La florista más popular del barrio de La Carriona se retira tras 39 años de trabajo y pasa el testigo a su hija mayor María Amor
POR GIOVANNA F. BERMÚDEZ
Domingo, 15 diciembre 2019, 01:49
Después de una vida entera dedicada al trabajo llegó la hora de disfrutar para Engracia Briones, 'Engracina' como la conoce todo el mundo en el barrio de La Carriona, que a los 65 años deja su negocio de venta y trabajos florales en manos de su hija María Amor, para disfrutar de una merecida jubilación a la que llega con la satisfacción, no sólo de haber conseguido sacar adelante un negocio durante algo más de 39 años, sino también de haber conseguido que sus hijos siguieran su estela para que no se pierda la empresa a la que ha dedicado tanto trabajo.

A Engracina, nacida en Córdoba en el año 1954, la trajo a Asturias el desarrollo de la industria, como a muchos otros andaluces en aquella época. Su padre trabajaba en la compañía Entrecanales, que acometió las obras de la factoría siderúrgica de Avilés, lugar al que desplazó a su mujer y a sus nueve hijos, pero Engracia, la sexta hermana de la familia, llegó para ser ingresada en el antiguo hospital del Naranco debido a una infección pulmonar que la tuvo alejada de su familia durante tres años, una época sin embargo, en la que fue muy feliz, porque aquella habitación en la que incluso hizo su primera comunión, fue durante ese tiempo un hogar del que no quería irse el día en que la fueron a buscar.

Durante este tiempo de ingreso, las monjas y el médico, Don Enrique, fueron su familia, ya que a pesar de que su madre, una mujer luchadora, de las que son capaces de sacar adelante una casa y atender a ocho hijos, se hacía el viaje a Oviedo en tren todos los fines de semana y después subía al Naranco caminando para pasar unas horas con su hija, el resto de hermanos y su padre no podían desplazarse.

Cuando Engracia llegó a Avilés su familia ya vivía en uno de los pisos que se habían entregado en el antiguo poblado de La Carriona, un barrio que poco tenía que ver con lo que es actualmente. El piso que se les asignó se le hizo muy pequeño a una niña de seis años que dejaba la cama de un hospital para dormir a los pies de sus padres. Era, debido a la enfermedad que había padecido, la más protegida de la familia, sus otro ocho hermanos compartían cama, algunos de ellos entre tres.

La infancia de Engracia se acabó muy pronto, cuando tenía 11 años la falta de su padre la obligó a empezar a trabajar vendiendo por el barrio el pescado que conseguía uno de sus hermanos que ayudaba a descargar barcos en la rula.

Con 13 años Engracia tuvo que mentir para conseguir un trabajo, sin saber que en aquel empleo acabaría encontrando el amor. Dijo que tenía 16 años para poder entrar a realizar labores del hogar en la casa de los dueños de la fábrica de camisas Premier, se ocupaba de la limpieza, de servir la comida a los señores y de atender a las hijas del matrimonio, era una niña, a la que le había tocado crecer muy deprisa, encargándose de otras niñas. Un viajante de la fábrica, natural de Candamo, que se ocupaba de llevar las camisas del dueño a planchar en la factoría, comenzó de pronto a acudir más a menudo a la casa. Dos años más tarde, en la iglesia de Sabugo, aquel hombre pasó a ser su marido, el que unos años más tarde la ayudaría a levantar el negocio que ayer dejó en manos de su hija mayor.

Engracia nunca dejó de trabajar, su marido cambió la fábrica Premier por la empresa de embutidos Vallina, ella vendió ropa en el mercado y también tuvo una mercería. Hasta que un día a su marido se le ocurrió comprar el local en el que actualmente sigue estando Flores Engracia para abrir una floristería, un sector en el que no tenían ningún tipo de experiencia, pero en el que confiaban por su proximidad al cementerio avilesino.

Abrieron la tienda y compraron unas sillas para esperar a que llegaran los clientes, pero nunca se estrenaron porque el primer encargo llegó muy rápido, un ramo de novia. Fue el primero de miles y provocó en aquel momento las lágrimas de la florista que no se veía capaz de hacerlo, pero el resultado fue tan bueno que acabó siendo el motivo de que Engracia dedicara toda su vida a la floristería, porque se dio cuenta de que quería hacer cosas diferentes a los demás.

La tienda fue su vida, en ella recuerda muy emocionada como sus hijos llegaron a dormir, acurrucados, en cajas de claveles, durante los días de trabajo para Difuntos. Conseguía tiempo para educarlos, para atender el negocio y, durante dos años, para estudiar en la escuela nocturna en la que obtuvo el graduado escolar, ya que no sabía leer ni escribir cuando abrió. Su carácter y entrega a los vecinos y clientes le hicieron ganarse el cariño del barrio de La Carriona y también de la población gitana por la que se ha sentido siempre muy querida e incluso protegida. Engracia se ha jubilado, pero ya tiene muy claros cuales van a ser sus siguientes objetivos: va a dar clases de informática y va a aprender inglés, pero además va aprovechar a disfrutar y pasar tiempo con sus amigas.

Gracias y a disfrutar.
(Diciembre de 2019)