Dicen que iba uno montao en su borrico, tranquilamente, cuando de pronto dice el borrico: "ahora vas a ir andando porque, yo, ya no aguanto más tu peso ceboso". Se baja el tío del jumento y, tras una larga discusión entre ambos, la cosa seguía igual hasta que, casualmente, pasó por allí un vendedor de estos que van de pueblo en pueblo, vendiendo un poco de todo y, una vez se hubo informado del conflicto pues, se animó a venderle al dueño del animal unas guindillas, de ésas que, sólo con olerlas, ya pican. Se acercó al oído para que el burro no pudiera oir la conversación y, cuando menos se lo esperaba, le levantó el jopo y le resfregó una guindilla en el culo. Ni que decir tiene, cómo corría el animal pero, sólo, sin su amo a cuestas. Cuando el arriero vió la velocidad que llevaba el borrico, se quedó mirando al que le había vendido la guindilla y, éste, le obsequió con otra. Se bajó los calzones, se resfregó el pimientillo por su trasero y, cuando logró ponerse a la altura del burro, le gritó a la cara: "en la pozá teppero".
