La política en Jamilena resulta tan difícil de explicar porque está toda entera contaminada de intereses personales, algunos de ellos tan difundidos, tan arraigados, que casi todo el mundo ya los confunde con la realidad y con la verdad.
El delirio ha sustituido a la racionalidad o al sentido común en casi todos los discursos políticos, y los personajes públicos atrapados en él lo difunden entre la ciudadanía y se alimentan a su vez de los delirios verbales y escritos de unos medios informativos que en vez de informar alientan una incesante palabrería opinativa.
En Jamilena no tratan las cosas que ocurren, sino de las palabras que dicen los políticos, de los cuales no se conoce apenas otra cosa que sus exabruptos verbales.
Todos nos vemos asaltados, en todo momento, por un zumbido perpetuo de opiniones políticas que no comulgan con la política que practican. Da la sensación de haber entrado en un bar de barra pringosa en el que el humo de la palabrería fuera más denso que el del tabaco, y en el que un número considerable de afirmaciones tajantes parece dictado por la voz del cabecilla de turno que repite de turno cuyo único interés es convencer al pueblo de ir por el buen camino, cuando no es así.
A pesar de conocer todo el mundo los errores cometidos, es evidente, como dicen ellos, que Jamilena a cambiado, pero a peor, ya no existe la palabra del político, ni el interés del bien común, sólo éxiste el interés personal del cabecilla y sus amigos, aunque para ello tenga que representar su obra de teatro macabra que termina pagando todo el pueblo a un alto precio.
Un ciudadano.
El delirio ha sustituido a la racionalidad o al sentido común en casi todos los discursos políticos, y los personajes públicos atrapados en él lo difunden entre la ciudadanía y se alimentan a su vez de los delirios verbales y escritos de unos medios informativos que en vez de informar alientan una incesante palabrería opinativa.
En Jamilena no tratan las cosas que ocurren, sino de las palabras que dicen los políticos, de los cuales no se conoce apenas otra cosa que sus exabruptos verbales.
Todos nos vemos asaltados, en todo momento, por un zumbido perpetuo de opiniones políticas que no comulgan con la política que practican. Da la sensación de haber entrado en un bar de barra pringosa en el que el humo de la palabrería fuera más denso que el del tabaco, y en el que un número considerable de afirmaciones tajantes parece dictado por la voz del cabecilla de turno que repite de turno cuyo único interés es convencer al pueblo de ir por el buen camino, cuando no es así.
A pesar de conocer todo el mundo los errores cometidos, es evidente, como dicen ellos, que Jamilena a cambiado, pero a peor, ya no existe la palabra del político, ni el interés del bien común, sólo éxiste el interés personal del cabecilla y sus amigos, aunque para ello tenga que representar su obra de teatro macabra que termina pagando todo el pueblo a un alto precio.
Un ciudadano.