Qué importante es cuidar el lenguaje, no insultar ni herir a nuestros semejantes.
Una fábula de ejemplo:
Había una vez un muchacho que continuamente insultaba y hería a la gente.
Ante cualquier conversación, todo eran descalificaciones, insultos y de su boca nunca salía una palabra amable.
El problema fue tan grave para él que le obsesionaba continuamente y pidió consejo a su padre.
Su padre le habló de esta manera:
Hijo mío, toma esta caja de clavos y este martillo.
Al final de cada día, cuenta las personas a las que has insultado y por cada una de ellas clava uno de estos clavos en el madero que hay frente a casa, haciendo propósito cada día de mejorar.
Al final del primer día, el muchacho hizo recuento y clavó 37 clavos
El segundo día clavó 35, y continuó una lenta pero continua disminución del número de clavos, hasta que llegó el día en que no había insultado a nadie y por tanto no tubo clavar ni un solo clavo.
Padre, dijo el muchacho, hoy no he insultado a nadie, ¿qué debo hacer?
Su padre le dijo: Por cada día que continúes sin insultar a nadie arranca uno de los clavos del madero.
Los días iban pasando y como el propósito de enmienda fue muy bueno, en unos meses ya no quedaba ningún clavo en el madero.
Pletórico y orgulloso de su forma de ser fue corriendo a contárselo a su padre.
El padre le dijo que debía acompañarlo junto al madero, y una vez que estaban allí le dijo: Hijo mío, estoy orgulloso de ti, realmente y con mucho esfuerzo por tu parte te has convertido en una persona generosa y amable, pero ¿qué hay ahora en el madero?
El hijo algo perplejo de contestó: Ya no hay clavos, sólo agujeros
El padre le respondió: Cada uno de esos agujeros representa una herida realizada a personas, y ahí permanecerán para siempre, sin borrarse.
Una fábula de ejemplo:
Había una vez un muchacho que continuamente insultaba y hería a la gente.
Ante cualquier conversación, todo eran descalificaciones, insultos y de su boca nunca salía una palabra amable.
El problema fue tan grave para él que le obsesionaba continuamente y pidió consejo a su padre.
Su padre le habló de esta manera:
Hijo mío, toma esta caja de clavos y este martillo.
Al final de cada día, cuenta las personas a las que has insultado y por cada una de ellas clava uno de estos clavos en el madero que hay frente a casa, haciendo propósito cada día de mejorar.
Al final del primer día, el muchacho hizo recuento y clavó 37 clavos
El segundo día clavó 35, y continuó una lenta pero continua disminución del número de clavos, hasta que llegó el día en que no había insultado a nadie y por tanto no tubo clavar ni un solo clavo.
Padre, dijo el muchacho, hoy no he insultado a nadie, ¿qué debo hacer?
Su padre le dijo: Por cada día que continúes sin insultar a nadie arranca uno de los clavos del madero.
Los días iban pasando y como el propósito de enmienda fue muy bueno, en unos meses ya no quedaba ningún clavo en el madero.
Pletórico y orgulloso de su forma de ser fue corriendo a contárselo a su padre.
El padre le dijo que debía acompañarlo junto al madero, y una vez que estaban allí le dijo: Hijo mío, estoy orgulloso de ti, realmente y con mucho esfuerzo por tu parte te has convertido en una persona generosa y amable, pero ¿qué hay ahora en el madero?
El hijo algo perplejo de contestó: Ya no hay clavos, sólo agujeros
El padre le respondió: Cada uno de esos agujeros representa una herida realizada a personas, y ahí permanecerán para siempre, sin borrarse.