Hay cosas del
pueblo que nunca podré olvidar: el
pan tierno y las
chimeneas de los
hornos, la fragancia del
campo en
primavera, el café de puchero, el olor a carne, chorizos o morcilla frita, etc; pero lo que más tengo presente es el perfume de los membrillos que en mi
casa se colgaban en
otoño dentro de los dormitorios.