Federico, maestro (foto antigua), CASTILLO DE LOCUBIN

Federico Parera Piédrola, conocido por sus paisanos como “Don Federico”, ha sido uno de los maestros más emblemáticos en el imaginario colectivo castillero. Nació en Porcuna en 1877. Hijo de Federico Parera Rico (1839-1903), insigne político liberal de Castillo que destacó junto a su cuñado Ramón García- Negrete Mariscal en el Sexenio Democrático (1868-1874), y de Purificación Piédrola.
Desde muy pronto se despertó en él la curiosidad por la cultura, la educación y pedagogía. Terminó sus estudios en la Escuela Normal Superior de Maestros de la Provincia de Granada en 1899, en la especialidad de maestro de Primera Enseñanza Superior. Desde 1903 a 1913 ejerció su labor como educador en el pueblo de Fuerte del Rey (Jaén), convirtiéndose en una de las personas más queridas por su generosidad y simpatía.
En1908 contrajo matrimonio con nuestra paisana Rosa Castillo García-Negrete (eran 14 veces parientes, nieta de Rosa Parera Rico). Años después se afincó definitivamente en Castillo de Locubín, lugar donde desarrolló una intensa tarea por extender la cultura y la enseñanza entre aquel sector de la población más marginado. Ya en estas fechas se quejaba de la gran cantidad de personas, adultos y niños, que no tenían posibilidades para aprender las primeras letras. La gran ilusión de su vida: crear una biblioteca “popular”.
Se puso al frente de la Escuela del Pósito, en compañía de otros maestros como Don Plácido Caballero Estepa, donde permaneció hasta 1926 para después trasladarse a su propio hogar, la casa solariega de la Calle de Siles (que hoy lleva su nombre), debido a su estado de avanzada edad. Y es allí, en compañía de su familia y sus alumnos, donde acabó sus días en 1942, a los 65 años de edad.
En una ocasión llegó a contar con más de cien alumnos al frente.
Las diversas materias que se impartían eran: Gramática castellana y enseñanza del idioma patrio, Teoría y práctica de la lectura y la escritura, Doctrina Cristiana e Historia Sagrada, Arimética, Geometría, Agricultura, Industria y comercio, Historia y Geografia, Ciencias físiconaturales, Fisiología e Higiene y un poco de enseñanza artística, aunque esto era más frecuente en las escuelas femeninas.
Todos los que han pasado por su escuela, y también aquellos que aprendieron con otros maestros (Don Blas Poyatos), guardan muy gratos recuerdos de él. Por ejemplo Francisco Villén López en su artículo publicado en el programa de Feria de septiembre de 2004, y titulado Sobre algunos castilleros presentes en el recuerdo nos habla sobre él: “Otra persona y paisano nuestro que tuvo por ideal de vida la enseñanza y la educación fue Don Federico Parera. Yo no tuve la oportunidad de pasar por sus clases y más que nada le recuerdo de verle por el pueblo y de observarle en la relación con los castilleros. Era hombre de natos y exquisitos modales, y hablaba y saludaba a todos con leve inclinación de cabeza quitándose el sombrero. Sus encuentros con la gente eran verdaderos momentos de cordialidad y simpatía. Yo entonces, niño, admiraba su figura, única en el Castillo de entonces. Alto, siempre traje y sombrero negros; el bastón, su barba y su sonrisa. Su enfermedad produjo una gran conmoción en el pueblo sobre todo entre la juventud. Y cada noche mientras duró su estado de extrema gravedad, se organizaba entre sus alumnos una especie de vigilia o velatorio en la puerta de su casa, en la calle. El día de su entierro, de un enorme calor, la banda de música del Ayuntamiento le acompañó hasta el cementerio interpretando la Marcha Fúnebre, que hacía llorar hasta las piedras”.
Muchos de sus alumnos, hoy personas de avanzada edad, le recuerdan sobre todo en el periodo de la Segunda República (1931-36), en compañía de sus dos hijos, Federico y Angelita, dos personalidades muy entrañables, y de su mujer, Doña Rosa, afable, cariñosa y siempre con un gran sentido del humor.
De su hijo Federico, sabemos que su periodo vital fue muy corto. Murió a los 18 años de edad en 1932, de tisis pulmonar, algo que causó verdadero impacto sobre todo entre las muchachas de su edad, al ser considerado el prototipo de hombre: inteligente, simpático, galán y con gran atractivo físico. Sus poesías románticas conquistaron los corazones de muchas. Y esto, hoy, es algo que se sabe muy bien entre las más ancianas de esta localidad. Su verdadera vocación iba a ser el Derecho, pero sabemos que no dejo de admirar la labor de su padre en la escuela. Si en algo se quejó fue en los salarios que recibían los maestros. De hecho eran muy bajos y estaban especialmente mal considerados. Esto nos recuerda el célebre dicho popular: “Pasas más hambre que un maestro escuela”. Por este motivo, con el cambio de régimen político, el Ministro Marcelino Domingo, además de su intento de secularizar la enseñanza y crear 7000 nuevas plazas de maestros, incrementó los salarios en proporciones del 20% y el 40%, según los casos. Si en el presupuesto de 1931 el apartado de sueldos de los maestros había sido de 5’8 millones de pesetas, al año siguiente pasó a un 38’2. El promedio de aumento fue de un 50%. Y valga este escrito tan significativo de Federico Parera Castillo a primeros de mayo de 1931 para reflejar lo referido anteriormente a cerca de la situación económica de los maestros, y en concreto, la de su padre: “Creo que en vez de abogado debería ser maestro, pues tengo verdadera vocación; pero hay el terrible problema de las pesetas. Yo se los equilibrios que hay que hacer para terminar el mes y eso que ya ha subido el sueldo (reforma educativa de Marcelino Domingo). Que todavía tenemos rastra de la Gran Guerra pues le cogió a papá (Don Federico) con 1000 pesetas anuales y entonces entrampamos para unos cuantos años. Gracias a Dios, ya va rebajando la “deuda flotante” la cual aumentó con la compra de un olivar de tía Rosalía (hija de José Parera Rico), que nos entrampó a 7500 pesetas, de las cuales ya quedan 4500 que dentro de dos años habremos terminado”.
Y finaliza con estas emotivas palabras: “Los chiquillos me hacen ver todos los días emociones nuevas, y su complicada psicología voy completamente conociéndola, y de esa complicada máquina voy reconociendo todos los resortes. Veo que la escuela es el templo de la cultura y donde insensiblemente se ha vertido en los ciudadanos el germen de la Libertad que luego ha dado frutos tan admirables. Y que de los niños se puede conseguir todo mediante el cariño, estimulándolos; más no por el método de los palos”.
Desde aquí rendir un sincero homenaje a Don Federico, y a todos aquellos que como él (Don Pascual Leyva, maestro de la segunda mitad del S. XIX, Don Antonio Fernández, su sucesor y apodado el viejo “Mostacho”, Doña Juliana, Doña Pepa y Doña Martirio, Don Plácido Caballero Estepa, Don Rufino Peinado Peinado, además de carlista, escritor, profesor de francés y periodista católico, Don Blas Poyatos, Doña María Fernández-Granada, Doña Juana, Doña Josefa Mena, Doña Isabel Parra ……) dedicaron sus vidas a la noble tarea de enseñar y educar.