un poco de historia del Palacio de las Marismillas, MATALASCAÑAS

Esta es la historia de un paraíso natural infinito entre El Rocío, Sanlúcar y el océano Atlántico, considerado una de las reservas naturales más importantes del mundo. Desde tiempos remotos, a pesar del paludismo y la crudeza del campo, ha sido refugio de especies únicas y también de grandes personalidades.

Durante seis siglos, Doñana –conocido como bosque de Las Rocinas– perteneció a la casa de Medina Sidonia, desde que su fundador, Guzmán el Bueno, recibiera estas tierras en pago a su hazaña en la defensa de Tarifa. Es el VII duque de Medina Sidonia quien manda construir en esos parajes una residencia para su esposa, doña Ana Gómez de Mendoza y Silva, hija de la princesa de Éboli, mujer que ha dado nombre a este territorio conocido desde entonces como coto de Doña Ana, hoy Parque Nacional de Doñana.
Su importancia cinegética
Las cacerías, inconcebibles hoy en este espacio protegido, han sido a lo largo de la historia lo que más ilustres visitantes ha atraído al coto. Desde que Alfonso X lo eligiera como cazadero real en 1255, las élites europeas han protagonizado famosas cacerías regias, fascinadas por la abundancia de venados, jabalíes, ánsares, linces y zorros. Todos los propietarios de Doñana han sacado partido a la riqueza cinegética del lugar.

Felipe IV, conocido por su afición a las fiestas, participó invitado por el IX duque de Medina Sidonia, de grandes cacerías y banquetes en su honor acompañado de una corte de casi 12.000 personas que disfrutaron de espectáculos de bufones, música, teatro y fuegos artificiales. Según los archivos de la Casa de Medina Sidonia, la pompa de estos festines puso en serios apuros los bolsillos del duque, al tener que dar de comer, entretener y alojar –la mayoría en barracas y tiendas de campaña improvisadas– a la compañía.

Una de las visitas más ilustres fue la de Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia por su matrimonio con Napoleón III, que en 1863 visitó Doñana para participar en un alanceamiento de jabatos. Cuentan las crónicas de la corte de París que entró a Doñana desde Cádiz por el Guadalquivir en una gran falúa propulsada por decenas de remeros. Según la prensa de la época, la antojadiza emperatriz de los franceses, tuvo el capricho de llevar a Versalles a jinetes, caballos y perros españoles que hicieron una exhibición con jabalíes en los jardines de palacio ante la corte.

Otros fines tuvo la visita de Francisco de Goya, invitado al palacio de Doñana en 1796 por su íntima amiga y modelo, la XIII duquesa de Alba, recién enviudada del XV duque de Medina Sidonia, hecho que escandalizó en la corte de Carlos IV. En esos días, Goya pinta el 'Álbum de Sanlúcar' y el retrato de la Duquesa de Alba con mantilla, en el que aparece de fondo el monte bajo de Doñana. Algunas teorías, que defienden que la maja desnuda y la vestida son la duquesa rejuvenecida para no levantar sospechas, apuntan además a que fue en Doñana donde Goya pintó la primera de sus majas, la desnuda. Éstas argumentan que no se tiene constancia de más encuentros en los que la duquesa pudiera posar para el pintor ese año.

El conde de Garvey rompió en 1900 con más de seis siglos de posesión ducal, al hacerse con 7.000 fanegas de fango y 9.000 de arena por el precio de 50.000 pesetas. «No fue más de dos veces al coto, lo adquirió como recreo, para regalárselo a su hijo», cuenta su bisnieto, Felipe Morenés, marqués de Villarreal de Burriel.

Los herederos del conde de Garvey convirtieron una sencilla residencia de campo en el Palacio de las Marismillas. La edificación llegó a tener, tras sucesivas reformas que le imprimieron aires victorianos, 18 dormitorios con sus respectivos cuartos de baño y un comedor con paredes forradas de nogal en el que se encuentra, todavía hoy, una mesa de caoba de Cuba de una sola pieza y cinco metros de largo.

La familia Garvey mantuvo la tradición y recibió en sus posesiones a monarcas, miembros de familias reales europeas y políticos españoles. Alfonso XIII, que durante 14 inviernos –hasta su exilio en Roma– iba de montería a Doñana, fue un gran asiduo de las Marismillas, donde contaba con estancias y vajillas propias.

Franco, no tan bienvenido por la familia –de tradición monárquica–, también demostró en 1944 junto a sus altos cargos sus supuestas dotes cinegéticas. El caudillo tumbó, según las crónicas, cuatro venados y dos jabalíes que pasaban por allí. Juan Carlos de Borbón, por aquel entonces ni siquiera príncipe, obtuvo su primer trofeo de caza en esos parajes en 1953.

Los últimos días
Invitados por el marqués de Borghetto en 1963, Balduino y Fabiola de Bélgica también pernoctaron en las Marismillas durante varios días, en los que se dedicaron a la caza del jabalí y del ánsar. Felipe Morenés recuerda como Franco le dijo a su abuelo, el marqués de Borghetto: «señor Marqués, mientras yo esté en el mundo, no va a tener problemas con el coto, pero hágase a la idea de que el día que yo no esté, lo va a perder su familia». Y así fue en 1980.

Morenés narra los últimos días de su familia en Doñana. «Cuando ya se habían firmado todo los papeles de la expropiación, fui a pasar la última noche al coto, como Pizarro, con el guarda y mis hijos, estuvimos todo el día repasando a caballo todo aquello y llegamos hasta Palacio, almorzamos allí y terminamos en el Rocío, rezamos una salve a la Virgen y nos volvimos para Jerez. Al día siguiente por la mañana ya no era nuestro».

De la expropiación se salvó el coto y el Palacio del Rey, todavía hoy en manos privadas, como finca de recreo y explotación agro-ganadera. La familia Noguera compró en 1938 a la princesa Luisa de Orleans, abuela de don Juan Carlos, el palaciego cortijo construido en tiempos de Juan II de Castilla –siglo XV– y que pasó por manos de los Reyes Católicos, Isabel II y los duques de Montpensier.

Tras la expropiación en 1980, el Palacio del Acebrón que construyeron los Medina Sidonia, se convirtió en sede de la Estación Biológica y el de las Marismillas –de los Garvey– se destinó a uso protocolario, sobre todo a partir de 1992. Las cacerías dieron paso a recepciones y cumbres de estado con algunos de los más importantes mandatarios internacionales del siglo XX, como Mijaíl Gorbachov, François Mitterrand, Helmut Kohl o Tony Blair, entre otros.

Las anécdotas fueron muchas durante las ilustres visitas de esos años, sobre todo las referentes al intercambio de regalos. El canciller alemán Helmut Kohl, como muestra de afecto y acto de promoción de la industria patria, regaló un camión todoterreno de la marca Mercedes a Felipe González en su visita en febrero de 1989 en el que presidente español, al volante, le enseñó las maravillas del coto.

El regalo de González a Gorbachov fue mucho más austero pero no menos práctico. El expresidente de la URSS llegaba a Doñana a finales de agosto de 1992 y las bermudas con las que González le agasajó fueron, sin duda, de gran ayuda para hacer frente a la canícula.

Cinco años antes, Mitterrand realizó una visita exprés a Doñana de tan solo ocho horas, en las que le dio tiempo de probar la rica paella a la que le invitó González y celebrar una peculiar rueda de prensa en medio del campo ante más de 200 periodistas.

«Gracias por cuidar de mi familia tan magníficamente», fue la nota que dejó escrita Tony Blair en el libro de visitas del parque. Estas palabras tenían un gran significado de fondo, ya que el Primer Ministro de Reino Unido llegaba a Doñana, junto a su familia, pocas horas después de la firma de los acuerdos de Stormont del viernes Santo de 2008, que ponían fin a la actividad terrorista del IRA. La foto de Aznar y Blair brindando con manzanilla en Sanlúcar de Barrameda dio la vuelta al mundo.

Vacaciones presidenciales

En el patio del palacio del Acebrón, permanecen aún los bonsáis que cultivó y regaló el presidente González. Desde que Felipe iniciara esta tradición en 1986, todos sus sucesores han elegido Doñana como lugar de descanso. Felipe, que llegó a decir que sus vacaciones en Doñana es lo único que echa de menos de su etapa de presidente, fue el primero y el que más disfrutó del parque.

Los guardas y el servicio recuerdan la campechanía con la que les trataba, con ellos recorría la naturaleza empapándose de la sabiduría de los hombres del campo. Felipe González pasaba los días paseando, y en ocasiones, salía a pescar en el barco de su amigo Pichilín, propietario de un chiringuito en la vecina localidad de Matalascañas.

Esta actitud contrasta con la lejanía e inaccesibilidad que, al parecer, demostraba José María Aznar, cuyos únicos baños de masas se los daba en las contadas ocasiones en las que cruzó en barcaza a Sanlúcar para disfrutar de la manzanilla de Bajo de Guía y las papas aliñás de la bodega Barbiana.

De la vida de Zapatero y Rajoy en Doñana poco se sabe, del primero poco más que le gustaba practicar running campo a través y visitar casa Balbino en la vecina Sanlúcar. De Rajoy, que este año ha repetido visita en Semana Santa con su familia, que prefiere el descanso y el senderismo.

Una de las últimas visitas ilustres al Parque Nacional ha sido la de la Reina Sofía, con motivo del cincuentenario de la Estación Biológica de Doñana. La Reina, gran amante y defensora de la naturaleza, cruzó en barcaza desde Sanlúcar y recorrió los principales ecosistemas del parque: marisma, dunas y bosque mediterráneo.

Pasó la noche en Doñana, en el llamado Chalet de los Príncipes, un edificio que se construyó junto al palacio con motivo de la primera visita que los entonces Príncipes realizaron a este lugar en 1972. Antes, recibió un ramillete de flores de manos de los hijos de los trabajadores que la atendieron como princesa hace cuatro décadas.