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ENCINASOLA: CARTA ABIERTA AL DESTINO (Lunes) Inapelable designio:...

CARTA ABIERTA AL DESTINO (Lunes)

Inapelable designio:
Dicen los árabes, con esa sabiduría antigua nacida del determinismo, que por mucho que madruguemos, antes, mucho antes, se habrá levantado nuestro destino. Y, precediéndoles, los griegos, que hicieron de la fatalidad literatura y filosofía, decían que tú, el Destino, dormías en las rodillas de los dioses. No hace falta mucha imaginación para saber que hasta los dioses cambian a menudo la posición de las rodillas.
Me ha impresionado la historia de Susan Levy, esa mujer de origen judío, nacida en Londres, que se marchó en busca de sus raíces a Israel, y allí vivió unos cuantos años, en el intento vano de sobreponerse a los atentados palestinos, a las bombas, al horror, al sobresalto permanente de un terror tanto más pavoroso cuando se vuelve ordinario, tan cotidiano como la sucesión de los días, tan frecuente como los anocheceres. Resistió, pero regresó a Londres, huyendo del terror, del extremismo. Y, en la fatídica mañana del siete de julio, el terror la alcanzó, a miles de kilómetros del Israel abandonado, mientras iba feliz a su trabajo, después de despedirse de su hijo.
Es una historia terrible, una de esas historias que nos hacen preguntarnos sobre nuestro propio albedrío y nos obligan a sospechar que más que dueños de nuestro destino, somos siervos, esclavos permanentes, pecheros que abonamos el tributo de respirar a un amo tan desconocido como sus designios.
Y siempre recuerdo una historia que contó Fernando Díaz Plaj.La de aquél paje que se encontró con la Muerte en los jardines de palacio, y huyó hasta las habitaciones reales para pedir consejo al rey. “Ve a las cuadras”, dijo el rey, “toma el caballo más brioso, y huye a Samarcanda”. Un rato después el rey paseó por el jardín y volvió a tropezarse con la Muerte. “¿Por qué persigues al paje más joven y más inteligente, porque lo azuzas, durante esta mañana?”. Y la Muerte, tranquila y fría, le respondió: “Yo no persigo a tu paje esta mañana. Pero ahora que lo nombras, recuerdo que tengo una cita con él, esta noche, en Samarcanda.
Susan Levy huyó del terror y llegó a Londres. Y pensó que estaba a salvo de su destino. No sabía ella, no sabía nadie, ni siquiera los repugnantes asesinos que pusieron las bombas, que la ciudad inglesa iba a ser su Samarcanda.


Un Saludo.