Relato de Anif Larom. Autor de la
foto: Miguel Adrover Caldentey
EL SANATORIO DEL MIEDO.
Mucho se ha escrito a lo largo de todo este tiempo sobre el viejo sanatorio y sus fantasmas… Yo voy a relatar mi propia experiencia junto a la de otros compañeros que, quizá, de forma poco consciente, decidimos aventurarnos en el corazón de esta
sierra granadina con la sana intención de pasar una
noche diferente, albergando la esperanza de posibles respuestas a todas las leyendas urbanas que desde hace años se vienen contando…
Granada a 6 octubre del 2012.
La tarde agonizaba en el horizonte entre algunas nubes de algodón cuando enfilamos el
camino de la sierra de la Alfaguara, dejando a nuestros pies la ciudad de Granada entre un
ejército de luces mortecinas.
Ya anochecido, llegamos al agreste paraje. Estacionamos los vehículos en una pequeña explanada bajo los
pinos, y salimos a la intemperie
otoñal de la noche, abierta tan solo por unas pocas estrellas que se colaban entre el boscaje.
Lo primero que nos llamó la atención fue el canto insistente de los grillos; intuimos un enjambre de ellos, rodeándonos por todos lados. Nos colgamos las mochilas al hombro y un bastón en la mano como única arma por si acaso habría que utilizarlo con algún animal u otra cosa… que nos saliera al paso. ¡Estábamos entusiasmados! Nos miramos en silencio, aquella
excursión representaba para todos un morbo a la espera del misterio, al que prometimos el suficiente aliento para llevar a cabo.
Iniciamos así una andanza
nocturna sin luna alguna que nos alumbrase el camino, al misterioso
hospital que la alemana Bertha Wihelmi decidió construir hace ya casi un siglo (1923), desde que un hermano suyo muriese de tuberculosis; muchos enfermos, incluso niños, fallecieron allí por esta terrible enfermedad, y cuentan que, en los alrededores hubo varios suicidios colgándose de un
pino.
En tiempos de la guerra civil se desalojó el centro, escenario de mortificaciones extremas, y contiendas entre los dos frentes. Poco tiempo después, comenzó a arruinarse, y de boca de los lugareños empezaron a surgir leyendas, apariciones y extraños sucesos acaecidos en ese enclave granadino.
Rodeando una cadena que cerraba el paso a posibles vehículos, empezamos a descender por el angosto carril, tan sigilosos como un felino; sintiendo la algarabía del morbo bailándonos en el estómago. Y para hacer aún más intrigante nuestra correría nocturna hasta el viejo sanatorio, decidimos que una sola linterna alumbrara el camino; entre otras cosas, para no resbalarnos ya que el carril estaba lleno de baches, socavones y muchas
piedras sueltas.
La noche se había cerrado completamente sobre nuestras cabezas, apenas se veían estrellas. Estábamos metidos de lleno en la boca del lobo.
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