El techo de la Catedral se fundió y el plomo derretido se deslizó por las calles adyacentes: Es de destacar que sólo murieron ocho personas en el Gran Incendio de Londres. La mayor parte de los ciudadanos tuvo tiempo suficiente para escapar. Las calles estaban llenas de carretillas con enseres. Pepys estuvo entre los que abandonaron la ciudad. Escribió: "De cara al viento, uno casi se quemaba con una llovizna de chispas, provenientes de la más horrible, maléfica, sangrienta llamarada... Pero lo más sobrecogedor era el humo, un humo tan denso que oscurecía el sol de mediodía. Si asomaba el sol, asomaba rojo como la sangre".
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