Los brazos de Cuesta muestran las marcas de pasadas picaduras de serpientes, tres de ellas venenosas. Frascos de antiveneno llenan su nevera donde uno esperaría encontrar cerveza. Su última adquisición: un malhumorado dragón de Komodo que alguien adquirió como mascota hasta que creció demasiado y que ahora ocupa una de las pistas de la Academia Frank Cuesta, la escuela de tenis en la que trabaja formando a las grandes promesas del tenis tailandés.