Bajo la directa supervisión de Himmler, los campos se multiplicaron. Después de Dachau, Sachsenhausen, Buchenwald, Ravensbruck (campo para mujeres), Stutthof, Auschwitz, Neuengamme,... Estos grandes campos tenían otros anexos menores llamado: Kommandos exteriores. Antes de 1939, el número de prisioneros internados en campos de concentración era relativamente bajo, sobre todo si se tienen en cuenta las cifras del período de guerra; además, aún no se habían aplicado masivamente los sistemas de tortura y muerte. No obstante, esta situación cambió de modo radical tras las redadas de judíos llevadas a cabo por los nazis durante la tristemente célebre «Noche de cristal» (9-10 de noviembre de 1938), y después de la anexión de Austria, que significó la entrega de aquel país a manos de la Gestapo y de las SS. Tras estos acontecimientos, el número de internados aumentó vertiginosamente. Y Himmler planeó la posibilidad de explotar la fuerza de trabajo que tal cantidad de detenidos era capaz de ofrecer a sus secuaces. Hitler había prohibido el empleo de prisioneros en la fabricación de armamento, pero a partir de septiembre de 1942 se hizo imprescindible aumentar la producción bélica. Con este objetivo se llegó a un acuerdo según el cual los prisioneros trabajarían en las industrias privadas encargadas de abastecer al ejército, a cambio de dinero y de un porcentaje de la producción para reequipar a las SS.