El Mesías desciende de David; el éxito de David hubiera podido hacer creer que se habían realizado ya en él todas las promesas de Dios a Israel. Pero una nueva y solemne profecía da nuevo impulso a la esperanza mesiánica (2 S. 7:12-16). A David, que proyecta construir un templo, le responde Dios que quiere construirle una descendencia eterna: «Yo te edificaré una casa» (2 S. 7:27). Así orienta Dios hacia el prevenir la mirada de Israel. Promesa incondicionada que no destruye la alianza del Sinaí, sino que la confirma concentrándola en el rey (2 S. 7: 24). En adelante, Dios ofrece guiar a Israel y mantener su unidad por la dinastía de David. El Salmo 132 canta el vínculo establecido entre el área —símbolo de la presencia divina— y el descendiente de David.