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El león milenario

Azotada por el viento y amenazada por las cambiantes arenas, la enorme esfinge vigila majestuosamente la pirámides de Giza, Egipto, desde hace 5000 años. Sin embargo, durante gran parte de su historia, este colosal monumento estuvo enterrado en la arena hasta el cuello.

El destino de la esfinge estuvo ligado al de los faraones. Desde la etapa más temprana del arte egipcio se representó al faraón en forma de león como símbolo de su poder y fuerza; el concepto del faraón en parte humano y en parte animal dio como resultado la creación de la esfinge, de cuerpo de león y cabeza humana. Como se creía que el faraón era divino, también la esfinge se consideró una deidad.

En el antiguo Egipto se hicieron muchas esfinges, pero la de Giza fue la primera. Se remonta la reinado de Kefrén (siglo XXVI a. C.) y está al sur de las pirámides. Con su impresionante altura de 20 m y 73 m de largo, vigila el camino a la segunda pirámide, también contruida durante el reinado de Kefrén.

Se ignora por qué se construyó la esfinge; se cree que un escultor desconocido la esculpió en un bloque de piedra caliza que se quedó en la cantera después de utilizar otras piedras para las pirámides cercanas y que estorbaba la vista de la segunda pirámide. Así, en vez de quitarla, el escultor la transformó en un monumento a Kefrén, cuyo rostro representa.

Según la leyenda, Tutmosis, joven hijo del faraón Amenhotep II, salió a cazar en la llanura de Giza y se detuvo a descansar bajo la sombra de la esfinge; se quedó dormido y soñó que Ra, el dios del sol, le hablaba, quejándose de que la arena no lo dejaba respirar. El dios le dijo al príncipe que si lo desenterraba, heredaría el reino, lo cual sucedio años después. Para evitar futuras invasiones de la arena, Tutmosis mandó construir muros de adobe y ladrillos alrededor del monumento y ordenó que el relato de su sueño se inscribiera en una placa de granito que aún existe entre las patas de la esfinge.

En los siglos que siguieron, la esfinge fue nuevamente presa de las caprichosas arenas del desierto, que se amontonaban en sus flancos y la enterraron dejando libre sólo la cabeza; el viento erosionó las superficies expuestas y el rostro fue desfigurado y la nariz rota a fines del siglo XIV por Saim-el-Dahr, fanático religioso que consideraba la estatua pagana e idolátrica