Era un perro vagabundo que se encontró con un hueso muy viejo, pelado y totalmente seco. Entusiasmado comenzó a roerlo y entonces una de las esquirlas le hizo una herida en la boca, de la que comenzó a manar abundante sangre. El perro degustando su propia sangre, se creía que era un hueso reciente y que le estaba sacando una provechosa sustancia. Roía y roía el hueso, sintiéndose muy feliz por el revitalizante y sabroso jugo que estaba extrayendo del hueso y pensando que se estaba nutriendo convenientemente.
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