Mañana, de madrugada, nos llevaremos a los niños a lo más espeso del bosque.
Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los
dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar el
camino de vuelta, nos libraremos de ellos. - ¡Por Dios, mujer! -replicó el
hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a cargar sobre mí el abandonar a mis
hijos en el bosque! No tardarían en ser destrozados por las fieras. - ¡No
seas necio! -exclamó ella-. ¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre los
cuatro? ¡Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes! -. Y no cesó
de importunarle hasta que el hombre accedió.
Les encenderemos un fuego, les daremos un pedacito de pan y luego los
dejaremos solos para ir a nuestro trabajo. Como no sabrán encontrar el
camino de vuelta, nos libraremos de ellos. - ¡Por Dios, mujer! -replicó el
hombre-. Eso no lo hago yo. ¡Cómo voy a cargar sobre mí el abandonar a mis
hijos en el bosque! No tardarían en ser destrozados por las fieras. - ¡No
seas necio! -exclamó ella-. ¿Quieres, pues, que nos muramos de hambre los
cuatro? ¡Ya puedes ponerte a aserrar las tablas de los ataúdes! -. Y no cesó
de importunarle hasta que el hombre accedió.