Desde el día de mi cumpleaños dispongo en casa de un magnífico bolso de hombre, comúnmente llamado mariconera. A pesar del nombre del bolso aún no me ha dado por moverlo de forma amanerada, ni por mover el pelo a ambos lados al estilo L'Oréal, "Yujuuu qué voooy con mi bollsssoo"; y tampoco me ha dado por ponerme tacones ni ligueros. Así pues, la leyenda bolsil se ha ido a tomar por saco, incomprensiblemente me siguen gustando las mujeres. Con todo y con eso, y con un poco más, he conseguido llegar a comprenderlas un poco mejor de lo que lo hacía antes de tener el complemento: ahora sé lo que es sufrir para coger el móvil cuando suena.