Huye sin percibirse, lento, el día,
y la hora secreta y recatada
con silencio se acerca, y, despreciada,
lleva tras sí la edad lozana mía.
La vida nueva, que en niñez ardía,
la
juventud robusta y engañada,
en el postrer
invierno sepultada,
yace entre negra
sombra y
nieve fría.
No sentí resbalar, mudos, los años;
hoy los lloro pasados, y los veo
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