ALAMEDILLA: Para Josefina Espinosa Moya...

Para Josefina Espinosa Moya
Desde la pasión de los poetas
Y desde San Pedro de Mérida.
Con arranque, amistad y calor
De los montes de Cantabria

LA GUERRA ROMANA
2ª Parte
Con sus dura guerra, opulenta y rica.
En sus fuertes, en sus altos alcázares.
Julio, Augusto dos césares de Roma.
Hijos gráciles de su loba capitolina.
Fue en Vellica y en el monte Vindio.
En Aracillo y en las rocas de Edulio.
Se enfrentaba la astucia y la fuerza.
Sin cuartel, sin piedad, con la sangre.
La mágica verdura cambió su color.
Enrojeciendo la tierra con la muerte.
Ya no brotan las flores en el campo.
Dormida la vida, negra la esperanza.
Mientras en el campamento de César.
La loba romana distrae a sus legiones.
En Sagisama la gran urbe amurallada.
Centro de centurias del poder romano.
Allí someten a las esclavas cántabras.
Casilda sirve a las legiones de Roma.
Ofreciendo el agridulce vino de miel.
Sin ventajas y recibiendo sexualidad.
Las mujeres son sometidas por Roma.
Entre enjambre de inhumanos bestias.
Una gran caterva de obsceno romano.
Con los anchos petos y los espaldares.
Son las esclavas del brutal Aquitinio.
El Centurión más cruel y despiadado.
No tiene corazón ni conoce la piedad.
El mayor autócrata y el peor fanático.
Mientras Roma duerme en sus orgías.
El hombre en Cantabria se despierta.
Preparándose para una feroz cruzada.
Aprendiendo de las guerras romanas.
Entre los calveros de la verde jungla.
Lupo alecciona a todos sus hombres.
En claros de la enigmática montaña.
Los prepara para luchar y para morir.
Una guerra de trampas y emboscadas.
Con su escinde lanza y terrible maza.
Con la sutileza de todos los venenos.
Con el napelo, el tejo y el matalobos.
En el verano plácido y sereno el aire.
Mal mes para morir al brotar la vida.
Cuando las yeguas olfateaban el aire.
En robledales con un relincho suave.
Al resoplar de un coito engendrador.
Unos bravos alazanes de largo pelo.
De pequeña altura y duros de freno.
Son caballos para la guerra Romana.
De sutil fuerza, con mucho poderío.
Con sus cortas lanzas y ojos de fiera.
Que pronto se muere en la montaña.
Herdo y Lupo saben trucos de guerra.
Embutidos entre sus pieles de ciervo.
Andan el monte como sátiros ligeros.
Por las veredas, los montes, los valles.
Ocultando al aire sus ansias de morir.
Tus consejos de venerables ancianos.
Unos rostros duros como las piedras.
Como pergaminos de poblado fuerte.
Confundidos con los árboles y hojas.
En el interior de sus chozos de piel.
El guerrero germina a sus hembras.
Degustando el ácido y meloso vino.
Comiendo pan cocido con bellotas.
Las ancianas mujeres lo preparaban.
Con molares negros como la noche.
Ellas masticaban las duras bellotas.
Sólo para el hombre de la montaña.
Los niños juegan la guerra Romana.
Son fuertes, rudos y juegan a morir.
Preparan a los dioses de la montaña.
Con su sensible y su casta ferocidad.
Componiendo la piedra de montaña.
Junto a la mandrágora, los helechos.
Para poder dominar su magnetismo.
Resguardando a sus padres de Cesar.
Lupo es el grande defensor del Saja.
Matiza el pelo con un rojo remolino.
Adornándose de la mágica verde luz.
Acorde con los dioses de la montaña.

Autor:
Críspulo Cortés Cortés
El Hombre de la Rosa
17de marzo de 2011


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