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LAS LAGUNILLAS: Guardo un recuerdo indeleble de los días sombríos de...

Guardo un recuerdo indeleble de los días sombríos de invierno, cuándo subía a la Tiñosa con el tío abuelo, aspirando ávidamente los olores de los bosquecillos de álamos y quejigos, ya sin hojas y sin color; del romero, de la tierra mojada por las lluvias mansas, que creaban un ambiente melancólico de soledad y recogimiento, en el que la naturaleza parecía muerta, petrificada. A veces salía un rato el sol, llenando los campos y la sierra de luz y haciendo que las gotas de lluvia parecieran chispillas de oro. Por la tarde aparecían las brumas y arreciaba el frio. Solía nevar casi todos los años, convirtiendo los olivares y las Lagunillas en una pequeña Siberia y en un barrizal con el deshielo. Se aprovechaba el hambre de los gorriones y otros pajarillos, que buscaban restos de grano en las eras nevadas de los cortijos para "apiolarlos" desde la ventana propicia con escopetas decimonónicas y a los zorzales, con trampas cebadas con aluas, bajo los olivos y quejigos. Y así pasaban los meses, hasta que un día volvía a oírse el canto de la abubilla y aparecían las golondrinas. Había llegado la primavera, con un estallido de luz, aromas y colores hermosos. Los olivares, la sierra, el corazón y el alma, parecían despertar de un sueño profundo.