Guardo un recuerdo indeleble de los días sombríos de invierno, cuándo subía a la Tiñosa con el tío abuelo, aspirando ávidamente los olores de los bosquecillos de álamos y quejigos, ya sin hojas y sin color; del romero, de la tierra mojada por las lluvias mansas, que creaban un ambiente melancólico de soledad y recogimiento, en el que la naturaleza parecía muerta, petrificada. A veces salía un rato el sol, llenando los campos y la sierra de luz y haciendo que las gotas de lluvia parecieran chispillas ... (ver texto completo)